Jun
La herejía del situacionismo
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Hace tiempo se hablaba en Teología Moral de la herejía del situacionismo, también llamada americanismo y los teólogos bramaban contra ella. Pero ya Sto. Tomás decía que las leyes generales postulan leyes particulares y las particulares casos no “encajables” en la realidad. La vida no se adapta a las cajas de las generalidades. Sin comprender la “singularidad” nunca comprenderemos las cosas como existen en su individualidad, es decir, la realidad. Sin hacerse cargo de las situaciones nunca cumpliremos bien la aplicación de la ley. Es preciso estar siempre “situado” en la circunstancia concreta y evocarla inteligentemente. Y de ahí proceder a cualquier género de legalidad o generalidad.
De profesor de estas materias tuve que enseñar repetidas veces que la ley formalmente no es más que la tipificación abstracta de una conducta o de una situación. Y la vida es tan compleja que no puede encerrarse en un tipo. Son variadísimas las conductas y las circunstancias que rodean cada comportamiento. Por ello las leyes siempre necesitan una aplicación del juez, una actividad interpretativa, una descripción más concreta de lo singular en ellas, una tipificación que les dé generalidad. Esto lo cumplía mediante la virtud de epiqueya.
Pues bien, ahora percibo un reclamo continuo de la ley, pero un olvido total de lo concreto, de lo personal, del pathos de cada situación. Sólo vale lo genérico e indeterminado: el tenor de la ley.
Cuando se encuentra a Dios es siempre en una situación concreta, irrepetible, como la conciencia personal de cada sujeto. No está legislado nuestro encuentro con Dios ni siquiera en la última redacción del derecho canónico. Y en cambio veo anunciados numerosos libros que quieren fijar leyes comunes, válidas para todos, sobre la meditación, la oración, los grupos de trabajo religioso, la conversión a Dios. Como si buscar a Dios fuera una causa de entrenamiento, un aprendizaje escolar, una gimnasia muscular, un curso que hay que aprobar o una competición que hay que ganar.