Matar a alguien, aunque sea contando con su consentimiento y petición, no es una manera aceptable de buscar a Dios. Es erigir en norma de conducta el dominio de unos sobre otros cuando somos todos iguales en la condición humana. Y es destruir el don primero de Dios que es gozar una vida terrena.
La ley universal de comportamiento racional es la igualdad de todos los seres humanos, que nadie dispone de la vida de los demás. Los derechos humanos parten de esta evidencia moral. Y ahora, por obra de un grupito de personajes públicos, por primera vez se legisla desde las altas esferas del poder político que uno dispone lícitamente de la vida de los demás. Se acepta disponer de la vida de otros y ser alabado por ello. Y se hace ignorando el Consejo de Estado y sin oír el Comité de Bioética que es una criatura del mismo órgano legislativo.
Hasta ahora se pensaba que las enfermedades o sufrimientos físicos podían ser incurables pero incurables no se confunde con incuidables o aniquilables, pues ahora se erige en principio que lo incurable legitima la muerte inferida. El remedio contra el dolor y la soledad no puede ser la muerte, como el remedio contra las dificultades de la vida no es destruir la vida ni una dificultad justifica un abandono. Se intenta atajar el dolor prescindiendo de la persona que lo sufre y no poniendo todos los remedios posibles.
Es lo que pensamos cuando nos hemos enterado que el día Internacional de la Vida (25 marzo), paradójicamente, el supremo órgano legislativo español aprobaba la ley que aceptaba poder matar a quien sufría gravemente si lo postulaba él mismo. Con ello se alteraba profundamente la vocación médica que siempre había defendido que “el médico nunca provocará intencionalmente la muerte de ningún paciente ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste” (código ético de la Organización Médica Española). El médico deja de ser un salvador de la vida para convertirse en un ejecutor de la muerte solicitada. En vez de consuelo, esperanza y alivio se practica la muerte al que sufre y lo pide expresamente. Se provoca una muerte para solucionar un problema en vez de buscar las técnicas y apoyos de la ciencia médica para aliviar la situación. En adelante y según la voluntad de nuestros representantes políticos, la ejecución de la muerte en casos de gran sufrimiento y, a petición del enfermo o de sus allegados si está incapacitado, se incluirá en la cartera básica del Sistema Nacional de Salud aplicable a todo asegurado. La nueva normativa entrará en vigor en el término de tres meses.
La Asociación Médica Mundial afirma que “la eutanasia está en conflicto con los principios éticos fundamentales de la práctica médica”. Causa admiración que en las Cortes Españolas se aplaudiera una ley que atenta la promoción y amparo de la vida humana. Con ello no se aliviaba a los enfermos sino solo se daba satisfacción a los propios votantes autodenominados progresistas.
España pasaba a ser el séptimo país del mundo que legaliza el suicidio asistido y lo declara un derecho del individuo. No se trata aquí de defender la moral católica y aferrarse a ella sino de amparar los derechos inalienables de la vida de los individuos y darles cauce por una profesión médica que debiera estar dedicada a protegerlos y ampararlos.
Mientras tanto se estima que 80.000 personas mueren al año en España sin cuidados paliativos. Esto es lo que habría que legislar ante todo. Ese es el sufrimiento que hay que aliviar y que debería legislarse urgentemente.
Hay un principio que urge legislar que es tener derecho a los avances científicos y médicos para aliviar el dolor. Eso es a lo que todos tenemos derecho: aprovecharnos de los avances de la ciencia para aliviar el dolor y participar en ello. Son los cuidados paliativos que hoy han progresado tanto y de los que todos deberíamos aprovecharnos. Es la Seguridad Paliativa de la que todos debemos disfrutar, de cualquier clase y condición que seamos. Y ese derecho no tiene amparo en la legislación de nuestro país. ¿No era eso de lo que debieran preocuparse las autoridades políticas?
No se puede defender que encontraremos a Dios si estamos destruyendo su mejor obra artística que es la creación de la vida humana, ni siquiera que a Dios se le pueda buscar fuera del taller donde nace su más perfecta obra que es la vida humana.
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