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Blog Buscando a Dios

Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

de Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.
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18
Dic
2023
La Iglesia, comunión de los que buscan a Dios
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Leía hace unos días que el Cardenal Arzobispo de Madrid había afirmado en su visita a un centro penitenciario que “aquí está la Iglesia” porque “hay gente que busca a Dios”. Los centros penitenciarios no son un refugio contra la acción de Dios y menos un terreno reservado para defenderse de la acción de Dios.

La paz por la que con tanto empeño estamos rezando estos días ya reside en el corazón de muchas personas de toda la tierra y es fruto del Espíritu en todos los de recta voluntad: “paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). La encarnación de Jesús se hizo para todos los hombres. Sí, no es un don reservado en exclusiva para los creyentes. La salvación fue anunciada por un ejército celestial a todo ser “de buena voluntad”. Tal es el mensaje apostólico: “Nosotros damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo” (1 Jn 4,14) y no solo para una porción de escogidos.

La primera creencia de los fieles es la salvación universal de los hombres. Toda la humanidad ha sido redimida por Dios y los dones de Dios no se frustran ni caen en el vacío. La voluntad salvadora de Dios afecta a todas las personas, de cualquier raza y condición.  La Iglesia es sólo el reducto de quienes explícitamente reconocen esa salvación y la confiesan, pero es toda la humanidad, de cualquier raza, color o religión, la que ha sido salvada. Jesús se refirió a los que hacen bien a los demás, no a los que llevan el colgajo de católicos; el reino de Dios está en todos los que miran el bien del prójimo, no en los que alardean de su confesión y de la gloriosa historia del catolicismo.

La salvación que proclama la fe de la Iglesia no es un tesoro guardado por ella, sino una obra de Dios con la humanidad que ella reconoce explícitamente y anuncia; no es lo que hacen los hombres sino lo que Dios hace de los hombres. Esa es la iglesia en la que creo;  no la de una jerarquía recogida en el Anuario Pontificio. Es la obra de Dios entre los hombres, no lo que los hombres construyen  con sus intereses para señalar caminos a Dios.

 

La búsqueda de Dios tiene la iniciativa solo de Dios, sirviéndose de los quehaceres ordinarios  y las luchas del día a día para realizarse como creaturas de Dios. Con sus altibajos, infidelidades y luchas por el pan de cada día. Es la vida ordinaria. Esa la vida de la iglesia en la que, por supuesto, también participan  todos los que hacen algo por los demás.

Con esta identificación es con la que participo del viejo adagio de la teología: fuera de la Iglesia no hay salvación. La salvación está abierta a todos los humanos y los que buscan a Dios en cualquier situación de la vida ya han sido tocados por la salvación de Dios. Todos son invitados a celebrar el Nacimiento del Salvador universal.

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23
Nov
2023
Ver la luz al final del túnel
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Quien desea decir algo real sobre la muerte tiene que acudir a la imagen del encuentro. Los muertos son los únicos que podrían decirnos algo pero los que no han pasado por ese trance  ignoran su contenido. El ser humano nunca pudo ni podrá volver al mundo para describir lo que sucede en ese tránsito pues es un misterio insondable para todos. Ni siquiera los que estamos ya cerca de la muerte por razón de edad podemos hacer una descripción de ella y menos explicar lo que hay detrás de ella. Le fe sólo nos dice una cosa: la fe cristiana nos enseña que ella es un “encuentro” con Dios, como una luz al final del túnel de la vida.

Y es que, en efecto, recurrimos al concepto de encuentro porque es la única experiencia que se tiene y se vive sobre Dios antes de morir: las tristezas, los anhelos, los lamentos, los sufrimientos y cualesquiera abatimientos a que todos estamos sometidos en razón de la muerte nada aclaran sobre lo que en sí misma es la muerte. No sabemos si estas experiencias de la vida se verán acrecentadas o será su final. A través de todas las vicisitudes de la vida tenemos experiencia de encontrar a Dios, sabiéndolo o sin saberlo. Esos encuentros quizá sean la única imagen que podemos usar para la muerte: que es un encuentro con Dios. El rostro de Dios nos está escondido durante la vida, pero hay veces que afirmamos que hemos encontrado a Dios. Sí, hemos encontrado a Dios. Pues esa es la experiencia más cercana de lo que acontece en la muerte.

La vivencia del encuentro con Dios en esta vida, es lo más cercano a la realidad de la muerte. Los cristianos no podemos callar esta experiencia de Dios allí donde nadie puede hablar ni decir algo experimentado como es el fenómeno de la muerte. No es de recibo que los cristianos enmudezcan por temor a modas o porque hablamos de lo desconocido. No; no es desconocido que muchos humanos encuentran a Dios en la vida y sin embargo no tienen pruebas sensibles y fehacientes de que así haya sido.

La cara interna de la muerte es el encuentro con Dios que es el definitivo encuentro que se tiene como personas. La fe cristiana afirma que la muerte es el encuentro definitivo con Dios, encuentro satisfaciente de toda la existencia. Y este encuentro es mucho más clarificador que decir, como a veces se dice entre los cristianos, que se entra en el cielo, que se está en el paraíso o, si se quiere, que se empieza a gozar del banquete eterno en el seno de Abraham o que viviremos una vida en compañía de todos los seres queridos.

El encontrarse con Dios es punto culminante de la vida y es también el constitutivo de la muerte. Toda nuestra vida es una búsqueda de Dios (“Tu rostro buscaré, Señor” Sal 27,8) y la muerte no tiene por qué ser el final de esa búsqueda, es algo que no está sometido a la muerte. No hay descripción alguna en la revelación de lo que hay en la muerte, si se exceptúa el encuentro con Dios, ver “cara a cara a Dios”. Al inicio de nuestra vida estuvo presente Dios pero no pudimos conocerlo y al final de nuestra vida está el mismo Dios creador y beatificador: “ahora vemos como en un espejo, confusamente, entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado, entonces conoceré como he sido conocido por Dios” (1 Cor 13,12).

Esto es lo genuino de la fe cristiana; no es descripción de paraísos, banquetes continuados, cita con las personas queridas y, menos, abismos de miseria o cárceles llenas de tormentos físicos… El encuentro con Dios a quien se ha buscado y eventualmente encontrado durante el tiempo en la tierra, es la realidad fundada en la revelación. Lo único y lo verdadero de tantas descripciones del cielo o la vida después de la muerte que han pretendido imponerse. La muerte es pararse en el encuentro con Dios, de lo cual tenemos migajas a lo largo de la vida. Todas las descripciones del cielo son  sucedáneos  imaginativos de lo que es el encuentro con Dios o, como dice un teólogo de nuestros días, la revolución casera del cielo. Sigue estando firme que  la muerte solo admite ser entendida como encuentro definitivo con Dios. La vida que empieza en la muerte es conocer al escondido: “en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Ju 17,3). Así de sencillo y sublime.

Ya sabemos algo cierto sobre la muerte, hay una luz al final del túnel de la vida. Como dice S. Agustín al final del De civitate Dei: “Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos” (22,30, 5). Andamos toda la vida buscando a Dios; lo encontraremos indefectiblemente en la muerte. Todos, siempre y en cualquier muerte. Es lo único cierto sobre la muerte para todos aquellos que no la padecimos, aunque ciertamente nos sobrevendrá en poco tiempo por la edad que tenemos.

La vida humana es un buscar a Dios y solo podemos definir la muerte como un encuentro definitivo de Dios. Nada de paraísos, ni moradas placenteras o de castigo. Todo lo que hay de cierto es un encuentro con Dios definitivo y culminante. Se terminó toda búsqueda ansiosa y temporal. Es encontrar la total razón de por qué y para qué existimos. Es la luz al final del túnel de la vida; se terminó toda búsqueda de Dios.

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13
Nov
2023
No saber por dónde van los tiros. ¿Suicidio de jóvenes?
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Un informe reciente del Instituto Nacional de Estadística (INE) afirma que el suicidio es la primera causa de muerte de los adolescentes entre 12 y 29 años. Deja perplejos la realidad, pero sobre todo lo que intranquiliza son las edades de los que así acaban su vida. Resulta que en España se han quitado la vida voluntariamente en 2022, 4.097 personas, es decir, 11 por día. Es la primera causa de fallecimientos de jóvenes y supone un aumento del 2’3% respecto al año anterior, incluso por encima de los accidentes debidos al tráfico. El asombro se extrema si tenemos en cuenta que  las generaciones actuales cuentan con unos medios de vida superiores a los que las precedieron.

Se trata en verdad de una pérdida de la razón personalísima de existir, pues lo que ha aumentado sobre todo es la motivación profunda para existir: la fe y esperanza como motores básicos de la vida. Se tienen muchas cosas y legítimamente se puede aspirar a muchas más, pero la razón profunda de la vida se ha desvanecido o se ha trastornado, lo que, a la larga, es la única arma para enfrentarse a la vida o a cualquier vicisitud de la existencia. Las armas de la fe y la responsabilidad personal son las únicas que nos protegen en las circunstancias cambiantes de la vida y refuerzan el espíritu para salir airosos en cualesquiera combates de la vida a los que todos estamos sujetos, jóvenes y mayores.

Por ello no está fuera de lugar invitar a los jóvenes de cualquier sexo a no cerrarse a la búsqueda de Dios a su persona. Ciertamente Dios busca a los jóvenes, pues su búsqueda no está limitada ni a las persona maduras ni a una determinada confesión de fe. Dios está detrás de todas las vicisitudes de mayores y jóvenes, de todos los conflictos vividos en edad madura y de adolescencia, de todas las crisis de cualquier edad o motivo como  falta de vivencia con los demás, pero sobre todo a la convivencia con otras personas de cualquier condición, sexo o profesionalidad. Cualquiera puede aportarnos solución a los problemas, de cualquier género, edad o profesión. Todo antes que imaginar que nuestro caso es irrepetible o desesperado. Siempre hay alguien que recuerda que el rostro de Dios nos comprende y ayuda.  Para Dios todos son imprescindibles y convenientes para sus designios.

Creo que la administración civil ha creado un teléfono para que personas especializadas y de ánimo auxilien y acompañen a estas víctimas de crisis vital. Un ejemplo del buen hacer de los podres políticos. Y se me ocurre: ¿no hay también aquí un campo abierto para le dedicación de algún instituto religioso o sociedades de vida apostólica? Auxiliar personas en trance de quitarse la vida es una obra caritativa de primer rango. Y actual por lo que se aprecia. También en las crisis profundas de la vida anda Dios buscándonos.

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20
Oct
2023
Buscar a Dios acontece en la empatía y el diálogo
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En el sufrimiento, sea físico, moral o existencial, es donde suele estar escondido Dios. El propio o el ajeno, pues no se debe a un afán  ni a una búsqueda personal o a una originalidad de las personas, sino que es algo que causa disgusto, inquietud y desasosiego, es decir, algo inexplicable para el individuo… pero explicable para quien es dueño de todo lo creado y del bien universal. Todo lo que sea intranquilidad, sufrimiento, tristeza o congoja debe ser compartido si se quiere remediar. Y ser compartido solo acontece cuando se expresa, se dialoga, se comunica y se hace trasparente. Es decir, cuando es sufrimiento compartido y dialogado. Ahí es precisamente donde se hace presente Dios..

Toda obra misional de la Iglesia exige comprensión y diálogo. Hacer el bien presupone siempre un diálogo con el que está cercano a nosotros. Todo misionero sabe que lo primero que necesita es poder dialogar para entrar en comunicación, de ahí que el aprendizaje de la lengua es siempre la primera tarea de todo misionero. Hasta Dios para hacer la salvación de los hombres tuvo que comunicarlo inteligiblemente por medio de profetas y apóstoles. Lo mismo sucede cuando queremos ayudar el prójimo: hay que dialogar con él e intercambiar sensaciones, creencias y posturas, es decir, hay que dialogar y relacionarse con los demás del mismo modo que Dios nos transmitió su salvación por la palabra profética. La Iglesia realiza su misión a través del diálogo que establece el entendimiento con los humanos. Lo de id y predicad no es compatible con el estilo cartujano.

Ciertamente toparse con Dios es una odisea de la vida aunque nunca queda testimonio escrito o divulgado en el periodismo de actualidad. Y ese toparse con Dios acontece siempre al encararse con las debilidades, frustraciones, necesidades y angustias del prójimo. Y es realizado en el diálogo y la comunicación, de cualquier modo humano que sea. El prójimo que decimos amar es siempre un ser que dialoga, descubre y abre sus heridas a los demás. Siempre entendí que oír al misionero es como acudir al enfermero. Es en el diálogo donde se encuentra a Dios. Por ello dialogar con el ser humano es buscar a Dios.

Una palabra clave es creatividad. El paladar se educa de forma progresiva, también el religioso, que requiere un camino de aprendizaje hasta llegar a admirar la belleza de lo sagrado. Pero sobre todo se necesitan grandes dosis de empatía. No funciona intentar responder a preguntas que el otro no se ha planteado. Ni menos aún la soberbia de quien mira a los demás por encima del hombro. Dialogar empieza por meterse en los zapatos del otro para andar vacilante como él, comprender sus razones y sus sentimientos, sus estrecheces y demasías y tropezar como él y con él.  Así es el encuentro con Dios.

Y todas las riquezas ─incluso la de la fe─ se trasfieren de este modo. Sólo compartiendo a Dios es como se propaga la fe y solo compartiendo esperanza y comunicando alegría es como hacemos partícipes a los demás de algo tan personal como la fe en Dios. Es el apostolado de la lucha por la condición humana de todo ser creado. Dios no se genera en la verbosidad sino en la sincera vivencia aunque sea con palabras torpes y balbucientes. En una palabra, no dando la tabarra sino ayudando a los demás a buscar la pepita de oro y compartiendo sus tropiezos en el camino.

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18
Ago
2023
Próximo Sínodo de la Iglesia….en que hay mujeres laicas
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Cierto aunque a muchos les parezca extraño. Sí, en el próximo Sínodo a celebrar en Roma del 4 al 29 de octubre y, en segunda vuelta, en otoño de 2024, habrá un voto femenino del 14’9 del censo. Por primera vez en la historia de la Iglesia y con novedad, pues nunca habían estado mujeres en un Sínodo. 54 mujeres  con voto en una asamblea que siempre había sido de varones y con una categoría relevante. Son mujeres religiosas  y también laicas junto a cardenales y prelados eminentes. De 364 miembros del Sínodo, 54 serán de condición femenina, aparte claro está de otros laicos y laicas invitadas especiales.

Pero la verdad es que es triste reconocerlo: ya hace más de un siglo que organismos políticos admitieron el sufragio femenino y voto a las mujeres. Lástima del retraso que demuestra que la Iglesia no siempre es pionera en la promoción de igualdad de todo ser humano, algo que debería estar en las entrañas de su ser.

Nos atrevemos a decir que es un impulso del Espíritu Santo secundado por el Papa y, por cierto, no sin críticas de sectores eclesiásticos. Casi el 15% mujeres podrán votar y decidir la postura del Sínodo de la Iglesia, integrándose en la visión de un sínodo que es también la visión de los obispos. Todo ello configura en la actualidad una Iglesia sinodal de bautizados y creyentes. Todos los bautizados son partícipes de la función misionera de la Iglesia, sin distinción de género ni dignidad. La misión de Cristo de evangelizar y testimoniar la muerte y resurrección de Cristo no está limitada ni condicionada por el sexo, como no lo está por la condición económica ni por el color de la piel ni el lugar de su origen. La tarea misionara de la Iglesia afecta a todos los bautizados y solo los distingue en el modo distinto como cada cual responde a esa condición: consagrado, jerarquía, laicos o contemplativos. Esto es el abc de la Iglesia, pero lo que ha costado cumplirlo y proclamarlo públicamente.

Lo que distingue propiamente a la Iglesia es ser testimonio de evangelización y fe en Jesucristo. Eso es lo que buscan y pretenden, bajo la inspiración única del Espíritu Santo, todos sus miembros. Y de modos y circunstancias muy distintas, pero siempre es buscar dar cumplimiento a la misión de Jesús. Lo que varía son los modos y las personas que lo realizan, pues todos ellos son buscadores de una única misión en cualquier tiempo que sea. La misión cristiana es la búsqueda del reino de Dios proclamado por Cristo y bajo la asistencia del Espíritu.

Los que no forman la comunicad eclesial también buscan a Dios de una manera implícita e inconsciente en sus actitudes humanas. Ellos no configuran el reino de Dios pero son partícipes de la salvación de Dios, pues ésta es universal y afecta a  todo ser humano que obra según su recta conciencia.

Lo decimos y repetimos desde este lugar. El Sínodo de la Iglesia, en cambio, lo es de bautizados y seguidores explícitos de Cristo. Buscadores de Dios son todos los humanos de conciencia recta; los sinodales sólo son los miembros de la Iglesia.

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11
Ago
2023
Votar en elecciones públicas es…. buscar a Dios
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Una vez recorrido el camino de unas lecciones políticas en España, quiero referirme a la propuesta de un semanario católico que proclamaba y urgía que los católicos eran libres de votar a cualquiera partido pues no existe, al menos en nuestra patria, un partido formalmente católico y esto no tiene nada que ver con las creencias. Y eso lo proclamaba reiteradamente diciendo que la fe no tiene nada que ver con las elecciones.

Es cierto que no hay ya en nuestra patria partidos confesionalmente católicos ni de ninguna religión. Pero eso no equivale a decir que sea indiferente votar uno partido u otro. Hay valores humanos y no confesionales que obligan a una opción positiva y comprometida. La defensa de la vida, la igualdad de derechos de todos los seres humanos, la posesión pacífica de bienes como vivienda, providencia de bienes económicos necesarios para la vida, una justa administración de la justicia. el matrimonio forzoso, la violación, la trata, la prostitución, el crimen de honor, la mutilación sexual de las niñas, la legítima providencia de administración de bienes particulares, derecho a la inviolabilidad física y a la libre opción personal de bienes, a la defensa de la propia vida de tal modo que nadie pueda arrebatártela injustamente, derecho a recibir cuidados paliativos de la sociedad en las enfermedades y otros muchos derechos humanos que deben ser reconocidos en una legislación justa es señalar  opciones humanas éticas que tenemos todos derecho a exigir a cualquier legislador, independientemente de las creencias. Eso sí obliga a todo ser humano sea cual sea su fe; es asunto de moral humana. No somos libres de votar legislaciones sobre el aborto, la eutanasia, el derecho a propia vivienda ….. Y esto no por propugnar un voto católico  sino por dar cumplimiento a nuestra condición ética y justa de la condición humana. No por ser católico o no, pues es una condición humana universal  y de dignidad. Y el hacerlo en ya buscar a Dios pues toda realización de lo que es dignidad humana es ya un atisbo  de un Dios que, aun sin conocerlo, está esperando al final del camino a  cualquier ser humano. No es cosa de confesiones religiosas ni de creencias en ultratumba, sino de de dignidad de toda criatura. La conciencia moral universal es la que prohíbe citar a posibles partidos políticos.

No es, pues, cierto que las elecciones políticas no tengan nada que ver con la religión. Tienen que ver con la dignidad humana y la ética de la razón universal. Pero lo que se juega en cada voto político no es una confesionalidad religiosa particular, cristiana o no, sino una concepción de lo humano y de una vida digna de seres humanos y esto sí es válido y obligatorio independientemente de la confesión que se tenga.

También detrás de ello está una búsqueda de Dios: la lucha por la dignidad y responsabilidad humana. No preguntemos si existen partidos confesionales sino por las exigencias de la razón que todos tenemos. Luchar y promover una legislación justa por los políticos es una dignificación humana. Aún sin ser religioso ni tener una confesión concreta, se puede estar buscando a Dios en el cumplimiento de la justicia. Es una búsqueda inconsciente de Dios. Luchar por la justo no es de confesión religiosa sino de condición ética de la razón. No va de confesiones católicas, sino de dignidad moral humana. Lo digo y reitero: votar contra el aborto, la eutanasia o la justicia independiente no es asunto de una confesión religiosa sino humana y, por tanto, sujetarse a ello es caminar en el sendero de lo humano. Eso es ya buscar implícitamente a Dios. Luchar contra la injusticia humana no está reservado a las confesiones religiosas. Democracia no solo es votar o no, sino votar lo humano y justo. Y hacerlo es caminar por el sendero que lleva a Dios.  

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6
Jul
2023
Buscar a Dios con candil y en la selva
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Hace unos días nos enterábamos por los medios de comunicación de una noticia que nos dejaba intranquilos. Se estaba buscando la familia tripulante de un avión perdido en la selva amazónica. Se desplegaron los medios de que una nación dispone para encontrar los supervivientes.

Se notificaba la búsqueda de cuatro pequeños de la misma familia, entre trece años y 11 meses en la tupida selva colombiana, después de una larga travesía de 40 días en la selva entre Caquetá y Guviare, al sur de Colombia. Autoridades, ejército, indígenas y campesinos se lanzaron tras la pista de los pequeños, desafiando inclemencias climatológicas y rigurosas condiciones del ambiente en lo más intrincado de la selva. El obispo de Bogotá, Luis José Rueda, convocó una campaña de oraciones en su jurisdicción y habló de milagro tras el hallazgo. Sucedió que, al final, gracias a los esfuerzos de autoridades, indígenas y rastreadores se logró encontrar sanos pero en condiciones precarias a los niños que viajaban en la avioneta. Esta había sufrido un accidente en el municipio de Solano en el que perdieron la vida la madre, el piloto y otro pasajero del avión; sobrevivieron solo y en qué precarias condiciones los cuatro menores de edad. No se conocía una búsqueda tan dificultosa ni tan desesperanzadora como ésta. Sólo la fe y el amor a los niños sostuvieron la anhelante búsqueda. La alegría del hallazgo cundió por todas partes.

A veces la búsqueda de Dios es tan acuciante y con poca garantía como fue la de esos niños. Allí lo pudo todo la fe, confianza y amor a unos seres indefensos y en condiciones precarias. Dios no dejará de salir al paso cuando se le busca así.  ¿Qué digo? La misma búsqueda de criaturas indefensas fue una búsqueda monda y lironda de Dios oculto en esas criaturas. Y a buen seguro que, sin conocerlo, hay muchas personas rezando para que tenga lugar el encuentro ansiado.

El hallazgo de los niños me sirve de parábola de la búsqueda de Dios en nuestras vidas que es tan angustiosa y llena de incertidumbres como lo fue la de aquellos niños por parte de las autoridades de Colombia. Fe y amor al prójimo son el único bagaje con que contamos para ayudarle. Pero la lucha y preocupación que embarga el espíritu  son ya un signo de nuestra buena voluntad. A Dios se le encuentra y topamos con él cuando hay recta conciencia y deseo de servir al Señor y a todo hermano que le figura. Puede ser que los periódicos y medios de comunicación no presenten resultados mencionables, pero el espíritu encuentra siempre quietud y reconocimiento de que hay un ser supremo a quien debemos reverencia y obtención de fraternidad y respeto por la persona. No serán vanas nuestras búsquedas sino que siempre se verán colmadas con el encuentro de quien es superior a nosotros y quien nos da garantía de vivir una vida con sentido. Toda búsqueda de Dios dignifica la persona y la hace merecedora de gracia.

Ocurre, además, que la búsqueda de Dios es con frecuencia en condiciones desesperadas pero el éxito del buscar colma las esperanzas y llena de satisfacción nuestros trabajos. La alegría del hallazgo de los niños nos hace rememorar el encuentro con Dios en esta vida que es también un encuentro con una persona siempre soñada.

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15
Jun
2023
Mirar atrás: tortícolis permanente de los nostálgicos
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Hay un recurso mental singular que es el eterno suspiro por todo lo pasado: formas, estilos de vida, proyectos y comportamientos. El pasado es modélico y hay que recuperarlo como guía seguro, sea como sea. Todo fue color de rosa y, en cambio, todo está degenerando con el tiempo.

Es una postura mental limitada y empobrecida. Cuando las cosas se alteran lo que hace falta es imaginación y encontrar nuevas soluciones. Suspirar por lo antiguo es empobrecerse y limitar los horizontes. Problemas nuevos exigen soluciones nuevas. La búsqueda de Dios no es cosa del pasado sino del momento y del futuro. A Dios no se le recuerda con nostalgia sino que se le anhela y se le busca en el futuro.

Y esto mismo sucede en lo religioso. El mandato misionero de la Iglesia solo se cumple en un mundo nuevo y alterado, guste o no guste, pero es donde hay que recoger la cosecha. No valen las soluciones dadas para otro mundo y para otras culturas. Reaccionar contra todo lo moderno impulsado por las vivencias de la religión  es la actitud del indietrismo (Es el papa Francisco quien ha usado este neologismo para expresar la nostalgia del pasado). Las sugerencias del Espíritu son del presente y del futuro pero no de lo pasado pues esto no se vive en la memoria sino en el corazón, afectan a la vida y al sentimiento, no a la memoria. Por ello no es razonable poner el futuro de nuestras encuentros vitales en un pasado del que solo queda memoria y ésta no siempre segura. Por eso la búsqueda de Dios tiene siempre algo de vivencia de lo que está por llegar, no de una experiencia del pasado o un recuerdo de la memoria.

No debemos suspirar por el pasado sino ir al encuentro del Espíritu que nos salga a recibir y nos dé nuevas experiencias. Volver al pasado nos puede fijar en algo ya fosilizado mientras que si hablamos de buscar a Dios nos habla de experiencias por vivir y creadoras. El pasado ya está fijo para siempre  y la búsqueda de Dios está por venir y construirse para nosotros y los que nos digan. Volver al pasado es convertirse en estatua de sal como sucedió a la esposa de Lot, mientras que la acción del Espíritu otorgándonos el encuentro sustancioso con Dios: “El Espíritu que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo”  (Ju 14,26). No suspirar por lo antiguo sino abrirse a un futuro esperanzado y renovador, no soñar con glorias pasadas sino con tareas futuras. No funciona intentar responder a preguntas que el otro se plateó en el pasado pero que a nadie interesan más, mientras que surgirán nuevas preguntas que debemos abordar y las plantea nuestra cultura de hoy.

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2
Jun
2023
Apartarse de la vida, pero ¿de Dios?
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Hemos leído que en el año 2021 se produjeron en España 16.831 fallecimientos por causas distintas a la enfermedad y de ellos 4.003 fallecimientos correspondían a casos de suicidio. El año siguiente esa cifra se incrementó en un 1,6% y sitúa esta mortalidad como principal causa de muerte externa en nuestro país. El número de suicidios en España ha alcanzado ya la cifra de 4.003 fallecimientos. Y asombra, sobre todo, el aumento de muertes por suicidio en niños de 10 a 14 años, registrándose un total de 22 casos, lo que supone la cifra más elevada en la última década. El suicidio de menores se ha multiplicado por 26; solo en Cataluña se conoce  que han tenido pensamientos suicidas el 43% de los escolares entre 10 a 18 años de edad. Un dato alarmante es el aumento detectado en el número de suicidios en España, alcanzando ya la cifra de 4.003 fallecimientos. Por grupo de edad, llama la atención el aumento de muertes por suicidio en niños/as de 10 a 14 años, registrándose 22 casos, lo que supone la cifra más elevada tanto en relación con el año anterior como en la última década (13 en 2020 y 2 en 2011).

Paralelamente vemos que en la vida política española ha entrado como de callado la aprobación por el Congreso del Proyecto de Ley de Eutanasia sin apenas obtener eco en los medios, como si fuera un hecho sin  interés para la ciudadanía. Como si la mayoría pensara: eso no va conmigo. Y sin embargo a todos nos va algo vital en ello. Tenemos cifras que son escalofriantes.

Por lo general, se trata de un trastorno que invalida la toma de decisiones voluntarias  y personales, cerrando su campo de conciencia a la percepción moral de lo bueno o malo o de males que hacen sufrir de forma intensa, hasta el punto de obnubilar  la mente y ser presa de sentimientos fuertes y negativos, de modo que no se puede controlar la libertad y, por presentarse de manera inadvertida, son difíciles de evitar. Necesitamos del apoyo de algo cercano e íntimo, lo cual no se encuentra con frecuencia.

Los cristianos advertimos que estamos en medio de un mundo en que la depresión y la ansiedad irreprimible, entre otras enfermedades, logran atrapar en un infierno interior y sin salida a algunas personas. Se apodera de ellas una angustia insuperable e invencible.

No creo que siga siendo válida la respuesta  de las leyes antiguas: prohibir el entierro de los suicidas en cementerios católicos  o negar oficios públicos de la comunidad por los suidas. No intentemos legislar sobre la misericordia divina. Ésta es infinita pero la angustia y congoja de las personas es, a veces, irreprimible y avasalladora para un sujeto determinado.

Hace tiempo el Papa Francisco dijo en una visita a propósito de los suicidas: “El suicidio es cerrar la puerta a la salvación, pero soy consciente de que en los suicidios no hay plena libertad. Me ayuda lo que el cura de Ars dijo a una viuda cuyo marido se había suicidado lanzándose del puente al río. Le dijo: `Señora entre el puente y el río hay lugar para la misericordia de Dios`. Creo, en verdad, que la libertad del suicida no es plena y la congoja de su libertad insuperable”.

Los instantes de la misericordia divina son innumerables y Dios usa esos instantes para buscarnos, aunque nosotros nos los sepamos narrar. No lo olvidemos en los momentos de mayor congoja: entre el puente y el río cabe la misericordia de Dios aunque seamos incapaces de explicarlo. No lo olvidemos: la misericordia de Dios nos busca también entre el puente y el rio.

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22
May
2023
Dios nos busca hasta cuando hemos tocado fondo
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Leía hace unos días una sabia reflexión del Papa: “Cuando nos confesamos, nos ponemos en el fondo, como el publicano, para reconocer también nosotros la distancia que nos separa entre lo que Dios ha soñado para nuestra vida y lo que realmente somos cada día. Y, en ese momento, el Señor se acerca, acorta las distancias y vuelve a levantarnos; en ese momento, mientras nos reconocemos desnudos, Él nos viste con el traje de fiesta”. 

Esto es, y debe ser, el sacramento de la reconciliación: un encuentro festivo, que sana el corazón y deja paz interior; “no un tribunal humano al que tenemos miedo, sino un abrazo divino con el que somos consolados”, reivindicó el Papa.

Dios nos busca en lo oscuro de nuestras profundidades, en la caverna de  nuestras malicias y en el sinsentido de nuestros idealismos, allí donde no nos entendemos ni a nosotros mismos, pues allí baja la luz divina para alumbrar, aunque sea tenuemente, nuestras confusiones y nuestras sinrazones. La luz de Dios irradia esas cavernas de donde no somos capaces de salir. Nos espera en el fondo, porque no tiene miedo de descender hasta los abismos que nos habitan, de tocar las heridas de nuestra carne, de acoger nuestra pobreza, los fracasos de la vida, los errores que cometemos por debilidad o negligencia. Dios nos espera allí, nos espera especialmente en el sacramento de la confesión.

A Dios lo encontramos no solo en los sagrarios humildes de las iglesias sino también en las oscuridades de nuestra psicología, en los abatimientos del alma y en las situaciones sin salida. Allí se le puede encontrar como se encuentra la misericordia en situaciones difíciles o la comprensión  en lo más incomprensible. Lo dificultoso, lo incomprensible y lo arduo son también terrenos abonados para quien es misericordioso  y no se asusta de nuestras bajezas. Hasta tal punto llega el Dios misericordioso que nos busca donde nos parece estar sin salida.

Allí donde no buscamos nada porque carecemos del menor destello de luz, allí hay una luz que nos sale al paso. Allí donde hemos dejado de rastrear lo divino, es la luz divina la que enciende una pequeña luz y nos dice: sal de aquí, pues ahí nunca encontrarás la salvación. Así de condescendiente es la búsqueda de Dios.

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