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Blog Buscando a Dios

Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

de Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.
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11
Mar
2020
TENGAMOS ALGUNAS COSAS CLARAS: DISTINGUIR LO LEGAL Y LO ÉTICO, LO CONFESIONAL Y LO CIVIL
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Hay que tener la valentía de plantear problemas éticos y humanos más acertados que lo hace la corrección política. A Dios no se le encuentra en las leyes civiles ni en los comportamientos insinuantes de la política estatal. Y eso sin negar lo  genuino del orden político y la paz de las sociedades.

Lo ético y lo religioso pasan ineludiblemente por la razón personal autónoma y por la libertad vivida por cada uno. Solo la religión libremente elegida es correcta y solo el acto moral libremente elegido es meritorio.  La rectitud moral tiene siempre el presupuesto de la responsabilidad personal y nunca se confunde con la pose ni con el diletantismo, ni menos con la simulación, embuste y engaño.

La salvación de Jesús, la única que tiene la garantía de Dios, no llega al mundo como masa de gesticulantes ni asambleas de vociferantes, sino de discípulos con nombre propio y unidades átomo de libertad. Las virtudes no están en las masas sino en la decisión de cada individuo y la adoración a Dios no es en actos protocolarios sino en la sencillez de cada corazón. Será siempre un interrogante que Dios plantea a cada humano y que es una dimensión ineludible, continua e inherente a lo humano aunque no hegemónica. Es de rango superior a todo lo legal, aunque a los políticos a veces solo les sirva para tener un pretexto  en sus demagógicas proclamas partidistas.

La ley civil tiene que tolerar males morales pues la vida civil  tiene que conocer que existen males morales que hay que tolerar pues nunca se les puede erradicar totalmente; el mal existe desde el comienzo de la vida y existirá hasta el final. Así es la realidad, guste o no guste y lo es desde Adán hasta hoy. No se puede imponer coactivamente la virtud moral. Nunca y cuando se impone coactivamente deja de ser virtuosa.

En las sociedades religiosas −todavía existen algunas en nuestro mundo− se podía legislar en un horizonte religioso. Recuérdese el caso de Sto. Tomás aceptando por diversos motivos la tolerancia de la prostitución. Pero nuestra Europa ha dejado de serlo hace tiempo. Hoy tenemos que esforzarnos y luchar por una legislación racional  y de ética universal; no por una legislación confesional y menos eclesial. Las contemporizaciones políticas no son el terreno del reino de Dios.

El paradigma de lo que entendemos por estado, la nación, la ley, el orden jurídico, la democracia y la justicia se ha elaborado en la sociedad occidental sin dependencia de dogmas religiosos. Son constructos de la sociedad civil; no dogmas confesionales.

Por eso en nuestro mundo sería una aberración imponer la fe usando la autoridad política o el prestigio civil. En el mundo moderno no hay otro camino que el diálogo y el acuerdo; en esta sociedad la misión de la Iglesia pasa ineludiblemente por el diálogo y entendimiento entre dos o más posturas diferentes. A este diálogo le han dedicado los últimos pontífices abundantes reflexiones. Es el camino a recorrer para la difusión de la fe. Dice el Papa Francisco: “La evangelización implica el camino del diálogo. Para la Iglesia en este tiempo hay tres campos de diálogo en los cuales debe estar presente: diálogo con los estados, diálogo con la sociedad y con otros creyentes que no forman parte de la  Iglesia católica…. Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones.” (Evangelii gaudium, n. 238s).

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7
Feb
2020
Habló el buey y dijo mu
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Todos los días escuchamos las opiniones más extrañas y peregrinas de quienes pertenecen a la chismografía de los medios de comunicación social. Opiniones extravagantes e insólitas hasta el extremo. Pues no perdamos un instante de nuestra vida en considerarlas, pues vienen de quienes menos valoramos y no creo que estar recogidas por los MCS las revalorice. De hecho, todos nos enfrentamos a la vida y escucha de los demás con un criterio, con una postura, con un prejuicio que nos hace relegar multitud de cosas que oímos pero a las que no concedemos importancia; prescindimos de ellas sin más.

Eso significa que en nuestra educación y a lo largo de la vida nos hemos ido formando un sistema de ideas, sentidos y valores que integran la trama de nuestra personalidad. Por ello damos valor a lo que lo tiene y desechamos todo lo que es improcedente, baldío y sin sentido o tenemos como tal. Y eso es la educación permanente en nuestra vida. Formamos nuestra persona a lo largo de la vida.

Y pienso que eso es también una madurez espiritual; sí, vamos madurando espiritualmente a lo largo de nuestra vida. Y así es como nos vamos forrando del antídoto que nos permita desechar tantas insensateces como tenemos que oír todos los días a nuestro alrededor o tantos comportamientos que nunca imitaríamos. La autoeducación es una defensa contra tanto sinsentido como tenemos que sufrir en la vida. Porque la vida, que tiene momentos maravillosos y cosas dignísimas, tiene también cosas insufribles y desechables.

No esperemos cada día al salvador de nuestra existencia ni obtener el remedio puntilloso para toda clase de males sociales, físicos o psíquicos. Nadie da más de lo que tiene.

Y pienso que el encuentro con Dios muchas veces sucede en medio de tantas estulticias como hay que oír a diario, el hallazgo de esta joya acontece en medio de mucho barro. Hay que “estar a la escucha” en medio de tanto ruido vano e insensato y saber responder como se merece la llamada de Dios. No ser como el buey de la fábula que, llamado a sentenciar quién cantaba mejor, si el ruiseñor o el canario, solo supo responder con el acostumbrado y estulto: mu.

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27
Ene
2020
LA IGLESIA NO ES UNA JAULA DEL ESPÍRITU SANTO
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Hay un modo de expresar la salvación universal de Dios acaparando y privatizando el don gratuito de Dios. Sería  pensar que la Iglesia no sólo es la servidora del Espíritu sino que también es la depositaria  y acaparadora  del Espíritu. La Iglesia o sus ministros tendrían la exclusiva del Espíritu. Eso es un modo reducido de entender el reino de Dios que es reino para todos y de todos los que profesan fe en un Dios misericordioso y salvador de todos los hombres. En este reino se ingresa, no por la sangre azul, sino por el sentimiento de nuestra dependencia para quien nos creó y salvó. Y son muchos los que así piensan fuera de la Iglesia.

La dependencia de Dios se detecta ante todo en la disposición a escuchar y secundar cuanto el Espíritu sugiere en nosotros. Un Espíritu libre y que sopla donde sus divinos designios determinan y no en aquellos espacios reducidos y delimitados por nuestros gustos, prejuicios o capillismos siempre sectarios. En todas partes y a todos los hombres, independientemente de su cultura o de su raza.

Los seres humanos hemos construido jaulas reducidas para nuestros gustos, intereses o prejuicios en los que intentamos encerrar la libertad omnímoda de Dios para realizar su propósito de salvar las personas. Solo se salvarían los que nosotros les concedemos el pase o los que tienen nuestra tarjeta de miembros de la sociedad eclesiástica. Al contrario, solo en los corazones abiertos a Dios se realiza la empresa que Dios quiere para nosotros; no en las cavernas o jaulas en las que pretendemos encerrar la inefable e inesperada acción divina.  Es alzarse con la identidad divina quien no es más que humilde servidor de Dios.

Y es que hay quien se empeña en convertir la acción divina en un esfuerzo en hacer capillas o madrigueras de reserva de la salvación.

“La Iglesia no es una jaula del Espíritu Santo”, decía una vez el Papa Francisco. ¡Qué razón!

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13
Ene
2020
Buscar a Dios: apunte obligado en la agenda del nuevo año
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Mi agenda está llena de nombres, teléfonos, recuerdos de onomásticos, visitas obligadas, tareas pendientes…, pero ni un solo apunte de un minuto para mi intimidad ni para volverme a Dios. Hay indicaciones de cosas que no debo olvidar, pero ninguna de que hay que buscar a Dios. El buscar a Dios no tiene un tiempo litúrgico ni es una ocupación impuesta todas las semanas laborables, ni siquiera tiene una hora fija todos los días. Es más. Creo que no es tarea preceptuada en ninguna asociación ni congregación religiosa.

Buscar a Dios no es tarea de grandes solemnidades. Es quehacer inserto en la monotonía de cada día, en la vulgaridad de la vida ordinaria y reto que acompaña a nuestras más cotidianas ocupaciones. Es tarea también de los días grises y sin sucesos memorables. Para los fieles todos los días son Dios del Señor, pues Dios no descansa en la obra de nuestra divinización y su providencia y atención sobre cada uno de nosotros no tiene momentos de receso. Nuestras ocupaciones más ordinarias son divinizables como también son preparación de una vida eterna que Dios ha prometido a todos los seres humanos. Por eso todos los instantes de nuestra vida valen para la vida eterna en los designios de Dios. Las monedas pequeñas también tienen valor. Es lo vulgar de nuestras ocupaciones más ordinarias y, sin embargo, es lo más valioso. Porque hay que dar importancia a todos las tareas ordinarias. Y en esto no diferenciamos pequeños y grandes momentos de la vida. Pensar  que sólo en los momentos solemnes de nuestra vida tocamos con el dedo las realidades celestes es grave error. Pues, no. A Dios se llega también por lo vulgar, lo acostumbrado, lo de cada día; al levantarse o al acostarse, al comer o dormir. Hay que hacer vital lo que todos sabíamos desde pequeños porque nos lo han repetido incesantemente: que Dios está en todas partes y se le encuentra en cualquier lugar y está tras cualquier vicisitud de la vida. Por eso, anotar su nombre en la agenda diaria es solo llamar la atención sobre algo evidente. Pues, claro.

Somos muchos, numerosos los que nunca vamos a tener un día de gloria y triunfo o recibir un trofeo  o ser aplaudidos por la multitud; los que nunca vamos a ganar un campeonato ni ser coronados con los laureles de la gloria. Sí; el reino de Dios no es el de las estrellas de los medios de comunicación ni de  las figuras glamourosas.

Por eso no hay que ligar lo sagrado, lo religioso a obras singulares y excepcionales de nuestra vidas. Lo ordinario, lo acostumbrado, lo intrascendente también nos vincula a Dios, pues es tarea que hacemos cumpliendo una voluntad de Dios que nos quiere como somos: sencillos, ordinarios, sin relieve social, del montón, pero quienes ese pequeña dosis de libertad que tenemos se la dedicamos a Dios. Es decir, hacer lo que está en nuestras manos.

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