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Buscar algo incondicionado e ilimitado es buscar a Dios. Nada valen otras definiciones alambicadas, ni siquiera las académicas
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Muchas veces me han preguntado que les defina quién es Dios, que yo lo sabré después de apelar con frecuencia a Dios o invocar su nombre. Pero no se trata de definir quién es Dios sino de sentirse afectado por alguien que nos supera a todos.
Sí. No se busca a alguien que defina brillantemente quién es Dios en una erudita monografía calificada cum laude en las academias, sino qué cambia en nuestra existencia si confesamos la realidad de Dios. Dios no es alguien demostrado sino mostrado, no alguien que conocemos fortuitamente sino alguien quien sale a nuestro encuentro.
Los seres humanos tenemos la convicción de que todos somos iguales, de que nadie está por encima del otro, de que todos somos de la misma dignidad; tal es el abecedario de los derechos humanos. Pero por lo que se suspira es por alguien que no sea precisamente como todos, sino que está por encima de todos, de que sea autoridad indiscutible en las luchas, de que sea el pacificador allí donde no hay posibilidad de encontrar la paz, de que sea verdad por encima de las innumerables opiniones humanas. Alguien que sea… Dios.
¿Queremos más pruebas de que Dios es necesario e imprescindible en la vida de todo el mundo y de cada ser humano en cualquier sitio donde se encuentre? Esto es lo que buscamos todos al invocar a… Dios.
Lo primero que certifica nuestra idea de Dios es la de un Ser Supremo, creador y señor de todo lo creado y gobernador de todo el mundo con una sabiduría que es exclusiva suya y no esperar que aceptemos a Dios si coincide con nuestros gustos y si se porta gobernando el mundo de una manera que a cada uno le parezca razonable. Eso único y supremo por encima de toda veleidad es… Dios.
Hemos alterado el mundo con nuestros egoísmos y nuestros odios e insolidaridades y ahora preguntamos: ¿dónde está ese que dicen que lo arregla todo? Queremos fabricar dioses tapagujeros que arreglen nuestros egoísmos y pasiones, nuestras mezquindades, nuestras limitaciones e inseguridades. Pues estamos equivocados, porque Dios no es eso y eso que buscamos no es Dios sino la proyección idealizada de nuestras frustraciones y soberbia; alguien que nos sirva en bandeja nuestras ensoñaciones.
Pensamos que somos fabricantes de toda realidad, pero hay alguien que nos persigue con su amor y se ofrece a nuestra respuesta y al que buscamos con el corazón lleno de nostalgias y sin embargo siempre está oculto. Y eso… solo es Dios.
Solo lo que es fruto del corazón e intuición del sentimiento es moneda válida en el reino de lo divino. Cuando buscamos a Dios, lo que buscamos es alguien que no sea precisamente como somos todos nosotros.