Ene
Buscar a Dios: apunte obligado en la agenda del nuevo año
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Mi agenda está llena de nombres, teléfonos, recuerdos de onomásticos, visitas obligadas, tareas pendientes…, pero ni un solo apunte de un minuto para mi intimidad ni para volverme a Dios. Hay indicaciones de cosas que no debo olvidar, pero ninguna de que hay que buscar a Dios. El buscar a Dios no tiene un tiempo litúrgico ni es una ocupación impuesta todas las semanas laborables, ni siquiera tiene una hora fija todos los días. Es más. Creo que no es tarea preceptuada en ninguna asociación ni congregación religiosa.
Buscar a Dios no es tarea de grandes solemnidades. Es quehacer inserto en la monotonía de cada día, en la vulgaridad de la vida ordinaria y reto que acompaña a nuestras más cotidianas ocupaciones. Es tarea también de los días grises y sin sucesos memorables. Para los fieles todos los días son Dios del Señor, pues Dios no descansa en la obra de nuestra divinización y su providencia y atención sobre cada uno de nosotros no tiene momentos de receso. Nuestras ocupaciones más ordinarias son divinizables como también son preparación de una vida eterna que Dios ha prometido a todos los seres humanos. Por eso todos los instantes de nuestra vida valen para la vida eterna en los designios de Dios. Las monedas pequeñas también tienen valor. Es lo vulgar de nuestras ocupaciones más ordinarias y, sin embargo, es lo más valioso. Porque hay que dar importancia a todos las tareas ordinarias. Y en esto no diferenciamos pequeños y grandes momentos de la vida. Pensar que sólo en los momentos solemnes de nuestra vida tocamos con el dedo las realidades celestes es grave error. Pues, no. A Dios se llega también por lo vulgar, lo acostumbrado, lo de cada día; al levantarse o al acostarse, al comer o dormir. Hay que hacer vital lo que todos sabíamos desde pequeños porque nos lo han repetido incesantemente: que Dios está en todas partes y se le encuentra en cualquier lugar y está tras cualquier vicisitud de la vida. Por eso, anotar su nombre en la agenda diaria es solo llamar la atención sobre algo evidente. Pues, claro.
Somos muchos, numerosos los que nunca vamos a tener un día de gloria y triunfo o recibir un trofeo o ser aplaudidos por la multitud; los que nunca vamos a ganar un campeonato ni ser coronados con los laureles de la gloria. Sí; el reino de Dios no es el de las estrellas de los medios de comunicación ni de las figuras glamourosas.
Por eso no hay que ligar lo sagrado, lo religioso a obras singulares y excepcionales de nuestra vidas. Lo ordinario, lo acostumbrado, lo intrascendente también nos vincula a Dios, pues es tarea que hacemos cumpliendo una voluntad de Dios que nos quiere como somos: sencillos, ordinarios, sin relieve social, del montón, pero quienes ese pequeña dosis de libertad que tenemos se la dedicamos a Dios. Es decir, hacer lo que está en nuestras manos.