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Blog Buscando a Dios

Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

de Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.
Sobre el autor

1
Oct
2020

Buscar el rostro de Dios cala hondo

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Buscar a Dios es una impronta de la persona y define la historia personal y sello que caracteriza la persona y nos define como individuos y, a la par, nos hace radicalmente distintos. No hablo pues del sacramento del bautismo ni de celebraciones sociales solemnes, aunque no las excluyo cuando es en edades de discernimiento.

Tampoco me refiero a esos libros eruditos sobre la divinidad. La experiencia de mi propia vida me ha enseñado que esos libros, que son tan necesarios para justificar las religiones o las confesiones, no han transformado ninguna persona, o al menos yo no conozco a ninguna. En cambio, me he encontrado con muchas personas cuyo alejamiento e ignorancia de Dios se viven con especial angustia y ahonda las tragedias de su vida o vuelve inquietantes las alegrías de la vida.

El primer encuentro con Dios debe ser tan simple y puro como es el encuentro con quien es nuestro hacedor y nuestra total razón de ser. Así he  llegado a la convicción de que a Dios sólo se le conoce en las vivencias profundas de nuestro ser humano. Las frustraciones de la vida, los complejos acumulados y vigorizados en nuestra vida social, los triunfos parciales o grandes de nuestros empeños y la incertidumbre por desconocer todo acerca de los grandes problemas de la existencia, como son la realidad ineludible e inexplicable del mal en el mundo o la muerte implacable, la versatilidad de las personas y su libertad y qué hay tras la muerte, son los campos propicios para buscar a Dios. Y la razón es que son temas que desbordan los horizontes de lo humano y  son inasequibles a la ciencia o la técnica por muy avanzadas que estén.

Estamos, pues, ante un problema que sólo cabe plantearlo desde la condición individual intransferible y desde las vivencias más exclusivas de cada persona. No cabe generalizarlo ni tipificarlo en leyes ni recetar medicinas con efecto universal. Por ello, cuantas veces alguien habla de este tema lo hace siempre desde su individualidad y experiencias intransferibles. Es decir, la búsqueda de Dios se cumple siempre desde el corazón y con firma y fecha individuales. En una palabra, no se trata de una cuestión académica ni de laboratorios de investigación, sino de un tema al filo de la vida ordinaria y de agenda de trabajo. De esta manera tan singular es como nos tropezamos con el rostro de Dios.

Esto es lo que estaba pensando cuando encontré que un israelita piadoso y poeta de los tiempos de Salomón escribió en un salmo que luego sigue recitando el pueblo de Dios hasta nuestros días. Dice este poeta:

“Oigo en mi corazón una voz que dice: Buscad mi rostro.

Y yo digo: Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro” (Salmo 26,8-9)

Pedimos a Dios que no se oculte tras los disfraces de esta vida o los eufemismos del lenguaje y que se nos aparezca en lo sencillo y genuino; en la autenticidad, no en lo convencional. Eso es dar con su rostro, conocer lo auténtico. Saber algo verdadero de Dios, no  las fabulaciones divinas que creamos. Es donde con garantía de éxito debe ser buscado el rostro de Dios.

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