Mar
Dios juega al escondite. Los escondites de lo divino
0 comentarios
No hay lugares donde Dios se esconda y oculte (santuarios, conventos, ermitas), sino corazones donde al enfrentarse a solas con uno mismo nos damos cuenta de nuestras limitaciones y dependencias, de que no somos el centro del universo en una palabra. Y convivencia con los demás, a los que ayudamos y nos ayudan. Ahí es donde se da siempre con Dios. Porque a Dios se le encuentra siempre al lado del que sufre, del que es objeto de menosprecio, del frustrado, del indigente. Como al médico, lo encontramos siempre donde está el enfermo y no en las orgías. Para eso vino a este mundo Jesús que es la única presencia cierta de Dios en el mundo: para remediar males corporales y espirituales.
Ver el rostro es como asegurarse del encuentro, del ver cara a cara, de conocer la singularidad de cada uno y no por habladurías. Por eso en el que sufre está el rostro de Dios y nuestro deseo es alcanzar ese rostro: “no me arrojes lejos de tu rostro” (Sal 50, 13). Pero en cambio en nuestros días el rostro se ha manipulado tanto que ya no es el rostro de Dios sino la máscara prefabricada por nosotros y que oculta el verdadero rostro de Dios. Ya no es un Dios-con-nosotros, que se ofrece sin imponerse, que nos da la gracia de vivir como seres humanos, cercano a los que sufren y tolerante con todos los corazones.
Los analistas demuestran el descenso general de la práctica religiosa y, entre los que se confiesan creyentes, aumentan los que viven alejados de los actos litúrgicos. En nuestra sociedad cada vez practica la confesión menos gente, cada vez hay menos bautizos al principio de la vida, cada vez más matrimonios de duración temporal, además de crecer exponencialmente el número de divorciados casados por la Iglesia, cada vez se practica menos el sacramento de enfermos. Se tiene la impresión que el rostro de Dios se ha ocultado y escabullido. Por eso una oración muy actual es la que suplica: “Dios, no me ocultes tu rostro” (Sal 27,8). Y ese ocultamiento es tanto más de lamentar cuando vivimos en tiempos en que la técnica nos ofrece poder dar con el rostro de cualquier ser humano on line con solo un movimiento digital o comunicarse con cualquiera en redes. En cambio ¡son tantos los que nunca han visto el rostro de Dios ni se han comunicado con él!