May
Dios nos busca hasta cuando hemos tocado fondo
1 comentariosLeía hace unos días una sabia reflexión del Papa: “Cuando nos confesamos, nos ponemos en el fondo, como el publicano, para reconocer también nosotros la distancia que nos separa entre lo que Dios ha soñado para nuestra vida y lo que realmente somos cada día. Y, en ese momento, el Señor se acerca, acorta las distancias y vuelve a levantarnos; en ese momento, mientras nos reconocemos desnudos, Él nos viste con el traje de fiesta”.
Esto es, y debe ser, el sacramento de la reconciliación: un encuentro festivo, que sana el corazón y deja paz interior; “no un tribunal humano al que tenemos miedo, sino un abrazo divino con el que somos consolados”, reivindicó el Papa.
Dios nos busca en lo oscuro de nuestras profundidades, en la caverna de nuestras malicias y en el sinsentido de nuestros idealismos, allí donde no nos entendemos ni a nosotros mismos, pues allí baja la luz divina para alumbrar, aunque sea tenuemente, nuestras confusiones y nuestras sinrazones. La luz de Dios irradia esas cavernas de donde no somos capaces de salir. Nos espera en el fondo, porque no tiene miedo de descender hasta los abismos que nos habitan, de tocar las heridas de nuestra carne, de acoger nuestra pobreza, los fracasos de la vida, los errores que cometemos por debilidad o negligencia. Dios nos espera allí, nos espera especialmente en el sacramento de la confesión.
A Dios lo encontramos no solo en los sagrarios humildes de las iglesias sino también en las oscuridades de nuestra psicología, en los abatimientos del alma y en las situaciones sin salida. Allí se le puede encontrar como se encuentra la misericordia en situaciones difíciles o la comprensión en lo más incomprensible. Lo dificultoso, lo incomprensible y lo arduo son también terrenos abonados para quien es misericordioso y no se asusta de nuestras bajezas. Hasta tal punto llega el Dios misericordioso que nos busca donde nos parece estar sin salida.
Allí donde no buscamos nada porque carecemos del menor destello de luz, allí hay una luz que nos sale al paso. Allí donde hemos dejado de rastrear lo divino, es la luz divina la que enciende una pequeña luz y nos dice: sal de aquí, pues ahí nunca encontrarás la salvación. Así de condescendiente es la búsqueda de Dios.