Ene
DIOS NOS PASA SU TARJETA DE VISITA
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Nos ufanamos a veces de que somos los intermediarios de la presencia de Dios. Error graso. Es el mismo Dios quien se dirige a nosotros y nos busca con afán, aunque no lo sepamos. Nos pasa su tarjeta de visita: al crearnos, al redimirnos, al salvarnos, con la vida de que gozamos y con la gracia que nos sostiene. Solo espera de nosotros una cosa y es para la que nos ofrece su tarjeta de visita: que reconozcamos su amor y explicitemos la creencia en él y sepamos dónde reside.
Cuando oímos su voz es cuando desencadenamos en nosotros la fe y esperanza en ese rostro de Dios. Es la referencia que se nos da la tarjeta de visita: “Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro” (Sal 27,8). La única indicación en la tarjeta de visita es incitarnos a buscar su rostro. Y solo está en nosotros secundar esa insinuación y requerimiento: “Yo busco tu rostro, Señor, no me ocultes tu rostro, no apartes con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me rechaces, no me abandones, Dios de mi salvación” (v.29).
Se consuma, pues, el encuentro cuando reconocemos nuestra dependencia de nuestro creador, cuando nos decidimos por el bien en nuestra vida, por la justicia para con todos y por la ayuda a quien nos necesita. Ahí está Dios de cualquier modo que le llamemos y en cualquier forma que hagamos patente este reconocimiento de que no somos el centro del universo y que tenemos una existencia y labor pendiente. Este es el número de los creyentes del universo, que no recoge ninguna estadística de religiones, nacionalidades o creencias. No hay estadísticas de los así buscadores de Dios. De ellos se dice: “Esta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, el rostro del Dios de Jacob” (Salmo 23, 6). De ellos queremos formar parte.