Ene
El Espíritu de Dios sopla donde quiere pues no sabes de dónde viene ni adónde va
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Estamos viviendo un cambio de cultura y de situaciones nuevas en los caminos de Dios. Negarse a oír las sugerencias nuevas del Espíritu es tapar los oídos a la salvación sugerida por el Espíritu y un morir lento sin adaptarse a toda renovación del espíritu. El Espíritu de Dios es vida; no un baúl de nostalgias ni ritos miméticamente cumplidos ni fidelidad a lo ancestral. El presente tiene nuevos desafíos a los que hay que enfrentarse con obediencia, discernirlos con lucidez sin nostalgias y con grandes dosis de paciencia en el Espíritu, que no ha cesado en su protección en ningún momento de la evolución de los tiempos. Vivir es cambiar, decía el Papa Francisco sobre esta misma actuación del Espíritu. Solo la muerte es quietud rígida y sin vuelta atrás.
“El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así sucede con el que ha nacida del Espíritu” (Ju 3,8). Además, el Espíritu ha sido derramado “sobre toda carne” (Hch 2,17), y no sólo sobre el pueblo confesionalmente cristiano, como decía la profecía de Joel cumplida en Jesucristo. Lo cual significa que en todas las religiones y creencias hay quienes siguen las instrucciones del Espíritu. Así se confiesa que cualquier religión o creencia tiene algo que aportar al conocimiento o experiencia de Dios y que todas ellas contribuyen a la experiencia de Dios y son medios para rastrear a Dios. Las creencias y rastreos de lo divino por los hombres se abren a un contacto con lo divino porque están impulsados por el Espíritu de Dios. A Dios se le encuentra no solo en unos ejercicios espirituales bajo la dirección de un eminente director espiritual, sino también en la entrega sincera de una persona a lo que es justo y recto en la vida y en las faenas diarias cumplidas con rectitud y amor a los demás. Hay que confesar esta universalidad de la acción del Espíritu de Dios y no restringirla a situaciones singulares de la Iglesia.
Son muchos los modos como Dios se presencializa en los seres humanos pero todos ellos tienen en común que la pureza de corazón y la sujeción a alguien que te es superior, de quien dependes y a quien te abres al ser un corazón proclive a la compasión de los demás. Ese mismo Espíritu es el que testifica a nuestros corazones que somos hijos de Dios y quien dice hijos dice también coherederos con Cristo y herederos de su reino (Rom 8, 15ss). Todos vamos por la misma senda y tropezamos con los mismos obstáculos. Y el camino es igual de largo para todo hijo de Dios.
No olvidemos que “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada…. La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes” (Fratelli tutti, n. 74). Franciscus dixit.