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El mejor y seguro asidero en la vida. La única esperanza que no falla
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Hace unos días leí una de esas noticas que nos hacen recobrar la fe en los seres humanos. Una misionera colombiana, Gloria Cecilia Narváez, religiosa franciscana de la Congregación María Inmaculada, había sido liberada de un secuestro en Malí, que duró cuatro años, ocho meses y dos días. Liberada el 9 de octubre. Secuestrada el 7 febrero 2017, cerca de Koutiala. El secuestro fue realizado por hombres yihadistas vinculados a Al Qaeda, del cual la liberaron fuerzas gubernamentales de la presidencia de Malí que fueron quienes anunciaron su liberación.
Lo que me impresionó fue que cuando estuvo liberada y le preguntaron cómo puedo resistir tan largo tiempo hasta ser liberada, respondió sencillamente: “Fue muy duro. Me aferré a Dios”. Así, sin encomendarse a posibles liberaciones, a recuerdos del ánimo, a amistades singulares o a ilusiones humanas. Muy simple: echar el ancla en lo divino y sin ninguna veleidad o ilusión. ¡Pero qué grandioso! En esa situación todo nos empuja a polarizarnos o dejarnos llevar por la crispación. Nada de esperanzas humanas; lo único inamovible y de absoluta seguridad es Dios. Sujetarse, anclarse y agarrarse fuertemente a Dios es lo único firme: poner el ancla en Dios. Las esperanzas humanas se vuelven veleidades y efímeras; no hay nada firme sino es el anclaje en Dios. El es lo único seguro e inamovible en el devenir de la vida. Ya pueden venir tormentas, imponentes olas o resacas infernales que sólo nos mantiene firmes en el lugar el amarre a un Ser Superior y dueño de todo.
Admira tanta esperanza y tanta fe. Aferrarse a lo divino, anclarse en lo único firme, confiar sólo en la fijeza de Dios y nada en sí mismos y en lo que nos rodea o en lo teníamos por firme hasta ahora y no lo era. En una palabra, echar por la borda todo lo humano y quedarse sólo con lo divino, aunque por otra parte, sea desconocido e inexplicable. ¡Pero es lo único seguro!
Buscar seguridad en la vida puede ser una de las mil formas de buscar a Dios. Seguridad ante los infortunios, frente a las enfermedades, a los caprichos de la naturaleza, a la decepción ante las amistades, a los accidentes de tráfico, a la muerte temprana. Todo ello lo esperamos y posiblemente lo pedimos alguna vez en nuestras oraciones para reforzar nuestra esperanza. Pero acudir a Dios como único e infalible asidero… solo lo hace la esperanza teologal.