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El moderno ateísmo ¿busca a Dios?
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El secularismo, relativismo, sectarismo y la indiferencia religiosa son caldo de cultivo para una evangelización moderna que prescinde de los ingredientes culturales de otras épocas, gloriosas o no, confesionales o no.
Hay que estar atentos a esas nuevas formas de ateísmo que son muy variantes y escurridizas. Todavía en el Vaticano II estaba muy presente lo que se llamaba el ateísmo militante, que es un ateísmo que huele a confrontación, a guerra y duelo entre religiosos y ateos y a establecer bloques entre la humanidad. Pero ocurre que a ese ateísmo sucedió otro de tipo científico y empírico: solo es verdad lo que puede medirse, formularse en tesis científicas o comprobarse en números y cantidades. También ha ido cediendo ese ateísmo que enarbolaba siempre las tesis del origen evolutivo de lo humano o la historia sin fondo de lo humano frente al relato de paraíso terrenal.
Percibo y no creo estar equivocado que el ateísmo de nuestros días más bien procede de una revalorización y exaltación de todo lo humano y la suposición de un Dios como proyección del ideal de lo humano sublimado. Dios sería un sueño de la humanidad y la explicitación de las posibilidades humanas con suma progresía. Hoy se imaginan que Dios es un futuro dominio de la técnica y la invención donde se resolverían todos los problemas de la humanidad. Si los cristianos creemos que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, los ateos piensan más bien que Dios es un ser creado a imagen y semejanza del hombre que será en el futuro. Dios estaría al final de la carrera buscando la solución a todos los temas científicos o sanitarios que hoy nos atormentan. Dios sería una definición del hombre futuro y dueño de la tierra. Pero en modo alguno un Padre bondadoso que nos busca y nos ama y está en el origen de todo lo creado, como pensamos los fieles. Dios sería la moneda de cambio en un mundo plenamente laicista.
El mundo globalizado en que vivimos es progresivamente pagano, relativista y materialista. No es tan agresivo con el cristianismo como en otras épocas, pues en su mayoría ha dejado de odiar la fe y pasa simplemente a ignorarla o juzgarla de nula relevancia para entender el mundo moderno y triunfar en él. Dios sería una leyenda de tiempos pasados, un cuento para una humanidad infantil.
Pienso, pues, que se impone una purga de nuestras ideas. Dios no está en un futuro idealizado ni un pasado glorioso de edades de oro de la humanidad (como a veces lo presentamos ingenuamente los cristianos), sino en la realidad fáctica del presente de la humanidad. Es admitir lo finito y lo infinito de la vida. No hay más que dos posibilidades: o el hombre es lo supremo de toda realidad y toda la realidad se acomoda a él o el hombre tiene un Ser Superior, plenariamente causa y dueño del hombre. Al igual que toda realidad ética presupone la existencia de algo que es superior (responsabilidad, conocimiento de sí mismo) o el hombre es dueño total y hace lo que le parece sin tener en cuanta a nadie. Creer en Dios es creer en alguien que es superior a nosotros y, por tanto, que no somos nosotros los dueños de toda realidad y ser ateo no es más que pensar que el ser humano es la suprema realidad y el dueño de todos sus destinos. Hay que sobrepasar las casi infinitas conceptualizaciones o categorizaciones de lo divino y fijarse solo en lo que es Dios para el ser humano: tener un creador, un autor de todo lo que es humano, un tribunal supremo, un ser del que depende todo lo humano, un salvador. Para reconocer a Dios hay que empezar reconociendo nuestras limitaciones. El primer dogma y origen de los demás es la creación, pues somos seres dependientes. Y el segundo, la salvación del hombre frustrado, pues somos seres deficientes. Todo lo que sea aceptar esta realidad superior es teísmo. Pensar, al contrario, que lo humano es el origen y fuente de toda realidad y cada ser humano como autosuficiente y aislado es una forma nueva de ateísmo.