Oct
La inviolabilidad de la vida no es una disputa de credos religiosos
0 comentarios
El Comité de Bioética de España, que es un órgano consultivo adscrito al Ministerio de Sanidad, hace poco ha publicado un Informe sobre el final de la vida y atención al proceso de morir en el marco del debate público actual sobre la regulación de la eutanasia.
En él se sostiene que la sociedad tiene una deuda contraída con las personas mayores a las que debe un cuidado exquisito y solidaridad intergeneracional, los cuales son incompatibles con la eutanasia que propone el gobierno en una ley que se está discutiendo en las Cortes. La postura del Comité me parece muy digna y valiente en la vida política de nuestra nación. Y es fruto de una muy inteligente actitud humana de nuestra sociedad laica desde el punto de vista de una ética humana de los grandes valores.
A los que sentimos lo mismo que el Comité nos agrada esta postura que por cierto no es una postura religiosa ni de carácter confesional. Porque muchas veces he oído que es una propuesta de carácter religioso de cristiandad. Nuestra defensa del derecho a la vida da muchas veces la impresión que solo por sus creencias religiosas estamos obligados a nunca disponer de la vida de los demás, ni siquiera cuando nos lo piden por compasión. Y como en España los creyentes somos cada vez menos de manera alarmante, habría que legislar cuándo los demás pueden prescindir impunemente de nuestra vida ya que la inviolabilidad de la vida solo la defenderían unos pocos cristianos. Repetidas veces los creyentes damos una opinión al respecto como si se tratara de algo peculiar y exclusivo de creyentes. No. Se trata de aplicar la razón para descubrir lo que nos define como seres humanos, de nuestra condición de seres autónomos con responsabilidad moral propia. Somos dueños de nuestra vida física y responsables de ella y no podemos abandonar nuestro compromiso y decisión a los demás, dándoles el poder irresponsable sobre esta vida que tenemos. Eso es lo racional y lo que toda la humanidad llega a comprender. Es, pues, un tema fundamental de derechos humanos; no de credos de una sociedad religiosa concreta. A la autoridad civil le damos el poder para defender esa vida física y hacerlo coactivamente de modo que nos la preserve con eficacia. Y gozamos del derecho a ser curados o aliviados en todos los sufrimientos físicos con los remedios de la ciencia (cuidados paliativos) pues para ello vivimos y colaboramos en la sociedad en que nos ha tocado vivir. No cedamos a nadie el derecho a privarnos de la vida. No demos a nadie derecho a que nos quite la vida, sino a que alivie nuestros sufrimientos en la vida. Y eso no solo lo queremos sino que lo exigimos en toda sociedad humana. La ética racional nos llama al cuidado, responsabilidad, reciprocidad y solidaridad con los demás, no a disponer de sus vidas arbitrariamente. Disponer de la vida de los demás, en efecto, comporta desigualdad e injusticia pues si disponemos de la vida de los demás ya no somos iguales sino subordinados unos a otros. Ya no somos todos iguales en dignidad y derechos; ya no hay una sociedad con los mismos derechos y deberes, sino una sociedad desigual e injusta en que algunos tienen derecho sobre nuestra vida; es un atentado a la razón y a la igualdad de los seres humanos en derechos y deberes. Esto es lo humano y racional. El poder referente a la vida se lo damos a los demás para que nos defiendan; nunca para que nos pisoteen. Y aparte de ello, ¿qué razonamiento puede justificar a los encargados de ayudar la salud con el juramento de Hipócrates a las espaldas para que pueden decidir sobre nuestras vidas? La eutanasia – dice el Comité de Bioética- “es un retroceso de la civilización, ya que en un contexto en que el valor de la vida humana con frecuencia se condiciona a criterios de utilidad social, interés económico, responsabilidades familiares y cargas o gasto público, la legalización de la muerte temprana agregaría un nuevo conjunto de problemas”. La defensa de nuestro derecho a no ser privados del derecho a nuestra propia vida es el derecho humano primario de todos los derechos subjetivos que anhelamos ver en las leyes civiles. Son muchos los filósofos que han propugnado que el derecho a vivir es el derecho primario de todo ser humano.
Esta es la razón universal de todos y no el fruto de una religión concreta ni de unas creencias privadas y no válidas para la totalidad de los humanos. No rechacemos la eutanasia por nuestras creencias cuando tenemos que hacerlo por nuestra condición básica de humanos; todos los humanos no es el pequeño grupo de miembros de una confesión. Si además tenemos una fe que lo corrobora, sirva de reafirmación, pero no adelantemos diciendo que nuestra confesión nos obliga a rechazar la eutanasia. La rechazamos porque somos dueños de nuestra vida y el defenderla siempre es tarea de muestra moral racional, un derecho humano básico. Lo que se sale en defensa es de una moral humana y una dignificación de la condición humana como ideal de humanidad y dignificación de lo humano como humano. Cuando me opongo a la eutanasia que está elaborando el gobierno actual lo hago en virtud de una moral a la altura de lo humano y con el servicio de una inteligencia que tenemos todos los hombres y una razón ética que es común a todos los hombres y asequible por completo a cualquier ser humano.
Al proseguir la defensa y calidad de nuestra vida humana es como una búsqueda de Dios a quien rastreamos en la dignificación de nuestro ser y vivir como seres libres e independientes, dotados de una responsabilidad peculiar que es la responsabilidad moral de la conciencia personal. Pelear por salvaguardar nuestra dignidad vital es una manera de buscar a Dios. Es Dios quien nos ha dotado de esa dignidad que reclamamos ante cualquier autoridad de este mundo. Precisamente una de las adquisiciones del Estado liberal en la época moderna es que la vida de los ciudadanos no puede estar a disposición de los poderes públicos, sino su más bien su defensa y coerción.