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La salvación no es cosa de minorías selectas
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A veces se presenta la obra misionera de la Iglesia como el único camino para hacer llegar a la humanidad la salvación de Cristo. Sólo por la fe explícita en Cristo sería posible la salvación. Error grande contra el que ya tuvieron que luchar los teólogos de tiempos del descubrimiento de América al oponerse a la idea de que ignorar los caminos de la de cristiana significaba estar condenados para siempre los indios americanos. El mandato misionero no significa que los que no han recibido la verdad evangélica sean pasto de condenación eterna. Jesús afirmó que los no creyentes también poseían el reino de Dios. Dios se hace presente de otros medios. ¿Cuáles? Pues la rectitud del corazón y el conocimiento del bien por la recta razón. Eso sí que es la obra de Dios y don concedido para todos los hombres. Nadie está autorizado a negar la salvación a una parte numerosísima de la humanidad: la de quienes no han conocido la fe explícita de Jesucristo tal como la transmite la Iglesia. Es más. Este es camino de salvación para la mayor parte de la humanidad: religiones no cristianas, hombres alejados de la predicación eclesial o a quienes no han oído hablar de Jesucristo de una manera idónea para poseer la fe explícita. Son la mayor parte de la humanidad.
Una cosa es el mandato misionero de la Iglesia y otra es la voluntad salvífica de Dios que es un misterio. Así es la doctrina de fe. Lo dice expresamente san Pablo VI: “La Iglesia respeta y estima estas religiones no cristianas, por ser la expresión viviente del alma de vastos grupos humanos. Llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón” (Exhortatio Evangelii nuntiandi, n. 53). Y “los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio” (n. 80). En efecto, cuando se gasta la vida en proseguir lo que es justo, en ayudar a los demás, en remediar su sufrimiento y en obrar conforme a lo que dice la recta razón o la moralidad racional de todo ser humano se está participando en la única salvación de Cristo. Sacar una familia adelante, trabajar toda la vida laboral en obtener un sustento, ayudar al que sufre o está necesitado y ser solidario con todas las desgracias humanas, es aceptar implícitamente la salvación de Jesús. Lo dice abiertamente el evangelio: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
Lo hemos repetido muchas veces: la rectitud de corazón conforme a la recta razón, remediar las necesidades de los demás y colaborar en arreglar los problemas de la humanidad aunque sea en una pequeña dosis, es salir al encuentro del Dios desconocido. La más pequeña bondad y el más pequeño gesto de solidaridad es rastrear las huellas del Dios de infinita bondad.