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No enjaulemos a Dios. Él sale al encuentro en cualquier camino
3 comentariosHe leído atentamente el Documento de la CEE sobre la oración del 28 agosto 2019, en la fiesta de S. Agustín. El citado documento quiere hablarnos de la praxis de la oración cristiana y sus fundamentos en la fe –nobilísimo empeño que todos alabamos y del que no cesaremos de hablar nunca-, pero en un punto concreto me ha producido perplejidad. Es el que desautoriza y pone en entredicho las prácticas de meditación no cristianas, directamente la meditación budista del zen. Esta práctica religiosa está extendidísima en la humanidad. Original de la India, se extendió ampliamente en China, Corea, Japón y Vietnam y hoy es también la meditación budista más extendida en Occidente.
Nos parece humildemente que tal proceder no se compatibiliza con el diálogo interreligioso propugnado en la Nostra aetate del Vaticano II que nos insta a “reconocer, guardar y promover aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que los creyentes de otras religiones poseen”. Y algo similar leemos en la Carta de la Congregación para la doctrina de la fe, firmada por su Prefecto Cardenal Ratzinger, el 15 octubre 1989: “Las auténticas prácticas de meditación provenientes del Oriente Cristiano y de las grandes religiones no cristianas… pueden constituir un medio adecuado para ayudar a la persona que hace oración a estar interiormente distendida delante de Dios” (n. 28).
Son millones de seres de nuestro tiempo y de tiempos pasados los que se han acercado a Dios practicando esta meditación en que el hombre llega a dominar su mente, a encontrar lo más digno de sí mismo, a espiritualizar su vida en la aceptación de un comportamiento de respeto a los demás, a buscar las pequeñas parcelas de verdad y bondad de toda la creación y, en una palabra, a buscar a Dios en lo más noble de su espíritu, allí donde el espíritu humano está más cercano de Dios. A una enorme cantidad de seres humanos de nuestro tiempo y de siglos pasados es así como se les ha abierto el camino a buscar a Dios. ¿Qué mal hay en ello? Por supuesto que no es el camino que yo he recorrido para alcanzar a Dios en la práctica del cristianismo y en la imitación de Jesús orante. Pero los que así tenemos la gracia de llegar a Dios somos una minoría en la humanidad. A Dios le han encontrado muchísimos seres de este tiempo y tiempos pasados que han ignorado la oración cristiana.
Nosotros no tratamos de establecer comparación ni paralelismos “entre el camino zen y Jesús como camino, o entre la kénosis de Dios y el despego y el desprendimiento radical que se practica en el budismo”, como dice el Documento citado de la CEE (n. 14), sino solo queremos reconocer que Dios puede usar la práctica del camino zen para hacerse presente en el espíritu de quienes lo practican, es decir, que la salvación es posible para todos los hombres aunque no hayan oído nada de la salvación en Jesucristo. Y que, en todo caso, encontrarse con lo más íntimo del espíritu, ahondar en las raíces de lo humano y liberar al hombre de toda sumisión a lo caduco, es camino apto para que Dos salga al encuentro del hombre. Dios nos puede buscar también en los caminos del zen.
Tal comportamiento amistoso y respetuoso hacia la meditación que se practica en otras religiones no cristianas fue también la práctica de S. Pablo, quien hablando a practicantes de otras religiones empieza diciendo públicamente: Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos…pues veneráis sin conocerlo al que os anuncio yo (Hch 17,22s.)