May
Noverim me, noverim Te
1 comentariosGenial y profundo S. Agustín cuando afirma que para conocer a Dios hay que empezar conociéndose a sí mismo: “Que me conozca a mí mismo y así Te conoceré: tal es mi plegaria” (Solil., l.2, c.1). Con razón afirma el filósofo J. Hessen que “S. Agustín es el más grandioso buscador de Dios del mundo antiguo”.
Buscar a Dios no es un rito vacío de la vida sino la tarea fundamental de conocerse a sí mismo, de ser consciente de la propia identidad singular y de sentirse uno distinto e irrepetible en la totalidad de los hombres, es decir, ser célula viva en la sociedad. Es el modo como nos definiríamos ante quien nos pregunta -¡y no es Hacienda, por supuesto¡- quiénes somos y de dónde venimos. La conciencia de lo singular e irrepetible es lo que nos distingue de todos los primates de los que derivamos; llegar a homo sapiens supuso la toma de conciencia de la singularidad, de la libertad personal y de la irrepetibilidad de uno mismo respecto a los demás.
No hay persona humana si no hay conciencia de la singularidad de las propias huellas digitales, de que somos algo distinto y diverso por nuestro origen y nuestro fin. Buscar a Dios en la vida no se puede encomendar a una agencia de viajes, ni a una sociedad de detectives, ni pagar a alguien que nos haga ese servicio, pues es la obra personal e intransferible de nuestra vida personal. No saber lo que es Dios para nosotros es lo mismo que no tener carnet de identidad humana o vivir sin papeles en la sociedad humana. Bucear en lo que somos ya es rastrear a Dios aun sin saberlo ni ser conscientes de lo que buscamos, pues nada de lo que hay en nosotros se comprende sin un Ser Supremo y nuestro Creador. Sin Dios no hay explicación de quiénes somos.
Posiblemente nunca ha existido una sociedad tan opaca a lo divino y tan encerrada en lo mundano y temporal como lo son las sociedades modernas de gran desarrollo económico, técnico y científico. Por eso una sociedad superavanzada tecnológicamente es una sociedad ignorante de lo que es un ser humano al desnudo.
He aquí por qué una sociedad que facilita y promueve el acceso a todos los bienes que a generaciones anteriores eran inasequibles, ahora se ha vuelto inepta para facilitar el acceso a lo religioso y a lo ultramundano. No conocer a Dios equivale a andar perdido en la vida o sin posibilidad de identificarse ante quien nos interrogue quiénes somos.