Jun
Perdón, no creo en misticismos panteístas ni en quietismos contemplativos
3 comentariosHe leído alguna vez un tipo de literatura religiosa y mística que se extiende en describir un estado de la persona en que llega a identificarse con Dios y a hundirse en lo divino hasta el punto de no ser él mismo sino un otro divinizado, de modo que ya no son de este mundo y se transforman en seres etéreos y enfangados en lo divino y perdida su condición humana individual.
Pues yo no entiendo esas sublimidades místicas ni están a mi alcance. Para mí no hay más perfección humana que el ejercicio continuado y profundizado de las virtudes. Que dan para rato. Crecer en la justicia o en la esperanza divina es materia para muchos años, y no digamos la fortaleza de ánimo o la virtud de la fe, tan imprescindibles para vivir aquí abajo. Es una tarea que creo que da para una vida en este mundo por muy larga que exista. Y Dios nos ha hecho seres humanos precarios, dependientes y llenos de limitaciones, no ángeles impecables.
Por eso cuestiono esas experiencias pretendidamente místicas que hablan de hundirse en lo divino de manera que ya no hay que bregar por las virtudes humanas. En ello me confirmaron las siguientes palabras de Sta. Teresa de Jesús, que algo sabría de experiencias místicas, digo yo. Pues en lo sublime de la séptima morada aconseja a sus hermanas:
“Torno a decir que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, decrece; porque el amor tengo por imposible de estar en un ser, adonde le hay” (Moradas del castillo interior, morada 7, n. 9)
El ejercicio perseverante en las virtudes es tarea para toda la vida. No creo que haya un estado en que ya la lucha por las virtudes sea cosa superada. Ser cuidadoso con las enormes exigencias de la justicia, cumplidor de todos los detalles de la convivencia, ser tolerante con todos y vivir en paz con todos tratando de remediar sus múltiples males, eso es tarea nunca acabada. Y nada digamos del ejercicio de la templanza que es tarea de todas las edades. Proponer, en cambio, un ideal de desasimiento de toda laboriosidad de virtudes soñando con un estado de transformación en lo divino, no alcanzo a imaginar ese estado; dudo que eso sea verdad. Perdón, pues, por mis dudas.