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Blog Buscando a Dios

Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

de Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.
Sobre el autor

24
Jun
2022

Refugiados: forma inquietante de pobreza evangélica

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Hay 280 millones de migrantes en el mundo obligados a dejar sus tierras. Muchos de ellos son refugiados, pues en todo el mundo hay seres que se han visto obligados a abandonar sus hogares para huir, casi siempre, de guerras locales abiertas. Los refugiados, en concreto, se estima que sean 84,2 millones de personas según ACNUR. Sus lugares de procedencia son Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur, Myanmar, y, en menor número, R.D. Congo, Somalia, Rep. Centroafricana y Eritrea. Todos ellos se presentan  con el rostro inequívoco de pobreza en nuestro mundo. 

Es una gigantesca pobreza de hoy. La Iglesia y ONG alertan el auxilio. No se pide carnet de catolicidad sino modo de ayudar abriendo caminos de dignidad, derechos y oportunidades para las víctimas solo por su condición humana. Considerar hermanos a todos estos es un mensaje evangélico con traducción a idiomas modernos. Todos son víctimas de guerra civiles, invasiones o cualquier forma de someter a inocentes, incluso algunas veces con argumentos religiosos. Ayudas de particulares: medicamentos, alimentos, techo, programas de integración….

Ante una realidad tan variada, no tendría sentido una comunidad cristiana monocolor y autosuficiente. Es preciso ir de la mano con otros, si la Iglesia quiere responder a su misión debe estar como hasta ahora en medio de un pueblo, al frente de la defensa de la dignidad del ser humano y al servicio del ser humano y del bien común, codo a codo con los humanos de cualquier lugar que buscan mejorar la vida.

En el evangelio no encontramos soluciones al caso de refugiados. Casi todos los milagros y remedios que hace Jesús es a enfermos y lisiados; la migración no era entonces un problema social. Es hoy cuando hemos visto que la migración es problema que afecta a millones de seres en la sociedad moderna. Es un mal moderno  en virtud del cual  muchas personas y familias enteras se ven privadas de su dignidad humana de ser partícipes de todas las ayudas que nos da la sociedad, como trabajo, salud, educación, vivienda, medios de subsistencia y, en general, amparo y protección. Las personas privadas no tenemos ordinariamente recursos ni contamos con apoyos de las instituciones públicas, como los sindicatos que sólo atienden a los trabajadores al servicio de las empresas o entidades públicas. Son sólo las entidades políticas supremas las que tienen a mano  posibles remedios.

Por eso son de alabar las instituciones privadas, como la Iglesia o Caritas o Cruz Roja, las que se dedican con afán admirable a solucionar casos puntuales de refugiados, viéndoles desprovistos de otro tipo de remedios. Como decía hace días un emigrante salido a flote: pronto tuve que convencerme que Europa no es El Dorado,  como piensan muchos en África. Pero esto es sobre todo cometido de los gobiernos de las naciones y de leyes e instituciones públicas a favor de quienes carecen de cualquier otra prerrogativa de seres humanos en la sociedad.

Los refugiados son personas que huyen del conflicto y la persecución. Su condición y protección están definidas por el derecho internacional y no deben ser expulsadas o retornadas a situaciones en las que sus vidas y libertades corran peligro. En ACNUR se les ha asistido por más de un siglo. Puede ser difícil imaginar la vida de una persona refugiada, pero para casi cien millones de personas resulta una desoladora experiencia.

Este 20 de junio se conmemora el Día Mundial del Refugiado. Por ello, la red de migración, trata, desplazamiento y refugio denominada Clamor, ha suscrito un mensaje para invitar a los gobiernos, sociedad y actores relevantes a asumir un compromiso integral por este tema. Según Clamor, el fenómeno de la migración ha crecido de manera exponencial en la región y en todo el mundo, por lo que han pedido al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUR) y Organización Internacional para las Migraciones (OIM), “reforzar su apoyo a los proyectos que no sólo desde los gobiernos, sino especialmente desde las organizaciones de la sociedad civil, incluidas las organizaciones de fe” dediquen sus esfuerzos a este problema. 

Citando al papa Francisco recuerdan que nos ha invitado a “ver la presencia de muchos migrantes y refugiados no cristianos o no creyentes como una oportunidad providencial para cumplir la misión evangelizadora a través del testimonio y la caridad”. “Por ello debemos impulsar acciones pastorales y sociales que favorezcan una articulación entre el sector privado, público, civil y eclesial que a su vez permitan responder adecuadamente a la coyuntura actual, donde muchas veces las comunidades locales se enfrentan a los grupos de migrantes manifestando rechazo y profundizando las grietas de la exclusión social”.

Que me perdone van Thanh Nguyén, cuya obra ¿Qué dice la Biblia sobre extranjeros, migrantes y refugiados? no he podido leer. En verdad, atender al refugiado no figura entre las obras de misericordia, ni espirituales ni corporales, y sin embargo se trata de una obra de caridad excelente y de enorme reclamo en la vida moderna. Es una gestión pendiente hasta que podamos oír: “bienaventurados los refugiados porque ellos… buscan y alcanzan a Dios”.

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