Ene
Se proponen poner en cuarentena la loable bendición de personas
11 comentariosDesde hace breve tiempo veo en todos los periódicos y revistas religiosas hablar y poner bajo cuestión el tema de las bendiciones sacerdotales a todo tipo de personas, incluso a quienes llevan una vida irregular o no conforme con la sana moral. Todo ello viene a propósito de una declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que lleva el título de Fiducia supplicans, sobre la bendición impartida a personas en situación irregular desde el punto de vista de legislación eclesiástica. Se cruzan reproches entre eclesiásticos y se hace bandera de partidarios y detractores, que secundan grupitos jaleados sobre todo en publicaciones no muy afectas a lo religioso. Pero sobre todo ha dado origen a que algunas autoridades eclesiásticas, como la Conferencia Episcopal de Angola y Santo Tomé en África Central y los obispos de Burundi tachen esa declaración de contraria a los valores culturales de sus naciones de modo que ningún sacerdote “pueda bendecir a los pecadores públicos que no hacen ningún gesto de arrepentimiento para renunciar a sus pecados”. Una actitud compartida en Camerún, República Democrática del Congo, Gabón. Ghana, Mozambique y Nigeria. En nuestra patria se han dado casos de plataformas de sacerdotes que apoyan esa postura, a los que ya han respondido adecuadamente el cardenal arzobispo de Madrid y el arzobispo de Toledo, además del secretario general de la Conferencia Episcopal Española.
Me sorprende -y personalmente me disgusta- que se ponga públicamente en entredicho por obispos y sacerdotes una acción tan religiosa y conforme con la tradición católica como la de dar la bendición a personas en cualquier situación en que se encuentren desde el punto de vista oficial. La bendición es una fórmula religiosa por la que pedimos a Dios el don de la paz y la salvación para cualquier persona y lo hacemos como un deseo propio del sacerdocio cristiano de la Iglesia, implorando a Dios estos dones que siempre vienen de él, que es lo mejor que podemos desearnos unos a otros y que solo Dios puede concedernos. Es una obra de caridad espiritual para el prójimo y de fe en que todo don de Dios es un bien para los seres humanos y para el resto de las criaturas o cosas usadas por ellos. Así se justifica la bendición de animales practicada estos días comienzo del año y la bendición de cosas de las que los seres humanos nos servimos, para que sean provechosas para todos y nos ayuden a llevar una vida en conformidad con los designios de Dios. Se implora a Dios dones que solo él puede otorgar a pecadores y no pecadores.
Y eso es todo. La historia de la Iglesia y la condición religiosa de todos los seres ha practicado siempre la petición de bendiciones para los humanos. Y ahora resulta que se cuestiona esta práctica en casos de personas con una situación irregular desde el punto de vista eclesiástico: uniones homosexuales, matrimonios de personas divorciadas y, en general, personas en situación irregular moralmente. A esos… ¡ni la bendición! Como si todas las personas a las que se bendice en cualquier acto religioso estuvieran libres de pecado. La bendición no santifica sino implora de Dios lo que solo él puede conceder y otorgar: su gracia y su perdón. La bendición es implorar dones que solo están en manos de Dios, pero nunca es una canonización de las personas ni desconocimiento de la condición pecadora de los humanos. Está en cuestión la índole religiosa de los dones de Dios, cualquiera que sea la condición de los sujetos. Así ha sido siempre.
Y me duele especialmente porque pertenezco, aunque indignamente, a una institución religiosa fundada precisamente para “Benedicere” a todos los hombres.
La búsqueda de Dios es una búsqueda de los dones divinos en las diversas vicisitudes por las que pasa el ser humano siempre necesitado de gracia para toda la vida. Esa búsqueda se ratifica con la bendición sacerdotal.