Oct
Sin tener ni arte ni parte
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La gracia y la salvación es algo inexplicablemente gratuito. La iniciativa de salvar al hombre es algo exclusivo atribuido a Dios. Lo contrario es pelagianismo, un veneno que corrompe y está presente en muchas incitaciones de nuestra sociedad a la divinización de personas, de sus actos y proyectos o logros.
Pero eso no significa que nuestra salvación se realice sin tener ni arte ni parte, como fue el juramento que impuso el Cid al rey Alfonso VI de no haber tenido ni arte ni parte en la muerte de Sancho II de Castilla por el traidor Vellido Dolfos. Todo lo contrario, Dios ha querido hacernos actores, partícipes y merecedores de nuestra salvación mediante la humilde sumisión a sus designios, la voluntad de secundar las gracias puntuales de Dios y el reconocimiento agradecido del amor que se nos tiene y al que podemos ser fieles o infieles. En una palabra, nuestra postura ante los dones de Dios es siempre un acto de humildad y tributar gloria a quien nos ama hasta el extremo de concedernos su salvación que de alguna manera es también fruto de nuestros comportamientos.
La caridad cristiana ama a la humanidad que no tiene rostro y hace tapujos con el hombre concreto que nos interpela en su circunstancia visible. Así es la imitación de Dios que está en nuestras manos. Son el mendigo sin cama en la calle y arropado con cartones en días de heladas, el vecino deprimido por falta de trabajo para llevar pan a sus hijos o la cuñada desahuciada por un cáncer de pecho imparable. Ejerce la caridad donada por Dios quien acompaña en el sufrimiento a cualquier necesitado y quien se solidariza con quienes han visto partir a sus seres queridos en este tiempo sin poder despedirse de ellos, quienes se compadecen con los familiares amigos y vecinos que han perdido por la epidemia seres queridos y quienes agradecen la solicitud de sanitarios por atender enfermos. El Dios Padre es el autor de la gracia que comparte la angustia con todos los que necesitan consuelo afectivo y efectivo.
Tener arte y parte en la solución de estas cosas es el modo de secundar nuestra salvación que sin embargo solo viene de Dios. De él viene todo lo bueno que hacemos, pero al secundar su bondad nos hace partícipes de esa bondad y así homologamos nuestra condición de buscadores de Dios aunque solo sea Dios quien nos busca.