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Una tarea que es la repanocha: El cuidado de la tierra
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Vivimos una crisis ecológica que pesa gravemente sobre el futuro que tendrán las nuevas generaciones: cambio climático, explotación desenfrenada de las únicas reservas de la tierra, contaminación ambiental gravando la salud de multitud de personas, futuro incierto para las nuevas generaciones. Todo ello se traduce en degradación de la tierra que Dios nos otorgó para vivir los humanos; un mal uso de una herencia divina recibida gratuitamente.
Hay por consiguiente un mal uso de los dones divinos. Y eso es el pecado contra Dios: usar mal y envilecer los dones de Dios. Es un pecado de toda la humanidad, algo así como un nuevo pecado original que postula una expiación universal.
La restauración tiene que venir por un arrepentimiento de la humanidad y acompañado de un cambio de vida: cambiar las actitudes, usos y beneficios obtenidos de la tierra para hacer que sean extensibles a generaciones futuras. Acto de contrición de todas las culturas y pueblos. Nadie está libre de pecado en esta materia ni hay pueblos privilegiados.
La naturaleza es también encuentro con Dios. Y hay que facilitar ese encuentro. ¿Cómo va a ser el encuentro con Dios en unos mares contaminados, en una desaparición de la vida animal o en una degradación del ambiente irrespirable? Eso es morir; no vivir. Dios es vida pura, no atmósfera irrespirable. Y el encuentro con Dios es un momento de la vida, momento de plenitud, de respirar holgadamente. No se rastrea a Dios pisoteando la obra más valiosa para sus hijos, que es la naturaleza. Cuidar de la naturaleza es la repanocha de nuestras tareas.