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Ya está bien de pamplinas. Lo que solo mola es pura apariencia y no es moneda de curso legal ante Dios
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Dios no es apariencia, engaño o simulación. Lo poco que sabemos de él es que es verdad. Con Dios no basta con guardar las formas pues él solo atiende a lo genuino, lo sincero, lo auténtico, lo personalizado. Lo que solo “mola” es engaño, simulación, pura afectación. Ante Dios no vale el maquillaje de corazón o el tapagujeros de pomadas al uso pues él escrudiña los corazones de todos. Solo en la desnudez, que es como nacimos, se puede conocer y hablar con Dios.
Vivimos en una sociedad donde domina el engaño y la simulación y donde lo único que se salva es la apariencia, el empaque y así vivimos en una sociedad donde reina lo que está bien visto, lo que se lleva. Recientemente el Papa actual denunciaba la hipocresía como el mal de nuestro mundo. Hipocresía es precisamente eso: aparentar lo que no es real, ir a la moda. Pero el mundo de la religión es lo contrario: el corazón es la única moneda con validez y la sinceridad es la única moneda de curso legal. No le demos vueltas: el espejo es el mejor amigo y nunca los frascos de perfumes.
Por eso en el mundo religioso sólo la virtud es pasaporte con validez reconocida y no las apariencias. Por eso el mundo de la religión con Dios trasciende también a las confesiones y credos y no admite otra categoría que la decisión personal y libre. Y esto es posible en cualquier religión, pero es solo factible en la religión de lo genuino, de lo que se decide en libertad. En cualquier religión hay muchas hipocresías pero el Dios verdadero solo es asequible en la trasparencia y la humildad. La lámpara de la búsqueda de Dios no se enciende más que en la verdad del espíritu.