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Sep2020Los migrantes son personas con toda su dignidad y no me salgan por peteneras
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Sep
El debate migratorio es uno de los grandes temas de la sociología y la humanidad actual. Y no es fácil darle solución jurídica o económica, pues quien tuviera una solución se llevaría un premio; al menos yo se lo daría con gusto.
Sería una contribución laudable a favor del reino de Dios en la misma medida que es cuestión de justica universal, de cumplimiento de la voluntad creadora de Dios y de paz entre todos los seres humanos. En una palabra, cumplir con la voluntad de Dios sobre la humanidad a la que quiere ver salvada y liberada. Es, desde luego, una corrección de la injustica, la violencia y la explotación de unos seres humanos por otros. Pero es también un precepto positivo de Jesucristo: “fui forastero y me acogisteis” (Mt 25,35). Hospitalidad, apertura al encuentro entre humanos y cumplimiento de socorrer a los más vulnerables son versiones aceptables de este precepto. En cambio, la xenofobia, la hostilidad, el racismo, la homofobia, el rencor, la altanería, el machismo… son caldo de cultivo para el odio de unos pueblos a otros. Son germen de todas las guerras y primera puntada en el tejido de todas las violencias que están presentes en todas las migraciones.
Todo lo que sea solidaridad con los demás, apertura a sus problemas, tender puentes entre pueblos, costumbres y culturas, es favorecer el encuentro con quien es autor y vivificador de todos: el Ser Supremo y autor de todo lo que existe, a quien los cristianos llamamos Padre Todopoderoso, Creador de cielo y tierra y Salvador de todo el género humano. Ante Dios somos todos hijos, no emigrantes. El es quien ha creado la tierra para todos los hombres y es en la que se mueven todos los migrantes. Decir de un humano que viene a quitarnos nuestra tierra o perturbar nuestra tranquilidad o robarnos puestos de trabajo o sembrar inseguridad civil es… ¡salir por peteneras! De lo que se trata es de buscar a Dios, no andarse en la vida por las ramas. Emigrantes y no emigrantes somos hermanos. El migrante en nuestra sociedad lamentablemente solo cuenta como instrumento de trabajo: si falta a las seis de la mañana, los mercados se paran; si falta a las diez, muchas madres no tienen quien cuide de sus hijos; si falta a las doce, muchos mayores no tienen compañía; si falta por la tarde, faltan muchos servicios. Pero el migrante es siempre una persona en la totalidad de sus derechos, es un legado de Dios. Es incompatible creer en Dios y rechazar al emigrante (“a mí me lo hicisteis”).