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Blog Buscando a Dios

Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

de Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.
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29
Mar
2022
Dios no habla en el desierto ni a escondidas
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Solemos pensar que a Dios se le escucha solo en el retiro monacal o al final de prolongados ejercicios espirituales.  Dios está en todas partes y quien está en todas partes se manifiesta y habla en todas partes. La palabra divina resuena en cualquier rincón  humanitario y en variedad de tonos, pero los únicos que la perciben son los de corazón recto y humildad y logran sintonizar con ella.

Esta es una de las grandes verdades de la fe cristiana: Dios habla a todos. Olvidémonos de señalar en el mapa los países católicos o las estadísticas de los bautizados como únicos voceros de la palabra de Dios. El camino hacia Dios se puede transitar en infinidad de derroteros, pues es una respuesta a un  Dios que llama y cuyas voces suenan por doquier. Y olvidemos que hay un pueblo elegido, unos sacerdotes acaparadores de esa palabra, unas almas privilegiadas o un pasaporte de minorías. Lo dice la Escritura: “no hablé a escondidas ni en país tenebroso, no dije al linaje de Jacob: Buscadme en el vacío. Yo soy el Señor que dice lo que es justo y proclamo lo que es recto” (Is 45,19).

Por eso la única recomendación para todos es estar atentos a las llamadas de Dios. Cualquier persona humana y en cualquier situación que se encuentre. Solo hay dos elementos seguros: Dios habla a todos y cualquier persona puede escucharle en las situaciones más dispares. Y hay para ello un sacerdocio especial que puede ejercer cualquier persona: ayudar a percibir la llamada de Dios. Lo demás son excusas: que si el mal ejemplo de otros, que si hay presentaciones estereotipadas de lo divino, que si hemos divinizado un dios a nuestro gusto…

La enseñanza bíblica lo ha dejado claro: “No hay otro Dios fuera de mí. Dios justo y salvador no hay otro fuera de mí” (Is 45,21)

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11
Mar
2022
La paz es siempre fuente de bienes, por pequeños que sean; la guerra, al contrario, fuente de males y siempre grandes por cierto
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Hay cosas que la humanidad lleva siglos sin aprender: la guerra es un mal a evitar en absoluto. Ni siquiera el cristianismo lo ha madurado, a pesar del evangelio. Ha legitimado la guerra en muchas ocasiones; baste recordar los estragos de las Cruzadas o pensar en las actuales palabras edulcoradas del patriarca ortodoxo de Moscú y acompañante de actos públicos de Putin y defensor ambiguo de “la tierra rusa”.

Los teólogos antiguos –que eran realistas en grado sumo− decían que es condición de una guerra que se pretenda justa el que los bienes que logre sean superiores a los males que causa. Esto equivale a condenar toda guerra en nuestros tiempos y en nuestros lares. No es cierto que los antiguos defendieran la guerra justa sino que le ponían tales condiciones que la hacían inalcanzable en casi todos los casos. Ya está bien de seguir citando autoridades antiguas eclesiásticas sobre la guerra como si la guerra defensiva de ejércitos en lugares aislados de población en el siglo XVI fuera lo mismo que las guerras totales y de población civil indefensa de la actualidad.

 “La guerra es una locura. Parad, por favor”, exclamaba hace unos días el Papa. Sí, eso, locura de un ejército bien equipado matando impunemente a gente indefensa e inocente. No se trata de historias de hace siglos sino que lo estamos viendo y percibiendo en nuestro entorno. No estuvo acertado el Papa que al comenzar el siglo presente profetizó que el siglo XXI sería el siglo de la paz anhelada desde siglos. 

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17
Feb
2022
Ni quito ni pongo rey…
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Se da veces una imparcialidad hipócrita. Nuestras acciones, en efecto, no son nunca neutras. Hay que comprometerse. Vivimos en una sociedad orgánica donde nuestras acciones redundan, lo quieras o no, en el conjunto y nuestras decisiones repercuten en los demás. Pertenecemos a una sociedad: un estado, un pueblo, una familia o un clan que vive con nuestras pequeñas contribuciones. Y su importancia se construye con ayuda de esas pequeñas actuaciones.

Dios está también en los entresijos de esa realidad y todos los fenómenos de que vive la humanidad alteran la Providencia divina. Jesús no murió solo por unos pérfidos judíos sino por toda la humanidad donde el mal sobresale en grandes cantidades por doquier. Es toda la humanidad la que ha alterado la providencia divina y la encarnación se hizo no por los depravados del pueblo israelita –que supongo que los habría como en todo pueblo- sino por todos los hombres, de cualquier credo o confesión, de cualquier tiempo pasado o futuro, de cualquier raza y de cualquier condición. No cabe el subterfugio de yo no quería eso…, pero eso no existiría si no fuera por ti. Abunda en efecto la hipocresía en nuestras vidas.

No es legítimo ampararse en el mal comportamiento de los otros. Ni en la hipocresía de aparentar no tener falta, pues la muerte en la cruz ha afectado a todas las faltas: todos confesamos en verdad “por mi culpa”. Hay que asumir nuestra responsabilidad en el mal, no cabe refugiarse en ‘yo no pretendía eso….’, pero eso no existiría sin tu colaboración. Esa la individual, personal, la más anodina  justificación que hacemos porque otros lo hacen o porque mi señor me lo manda. No cabe escudarse en el mal comportamiento de los demás ni hay atenuantes por las circunstancias históricas. El mal del mundo está construido con pequeños detalles.

El mal del mundo está hecho de pequeñitos males, de actitudes hipócritas. Es lo que reconoció el asesino del rey legítimo cuando dijo: ‘Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor’. Así el asesino del rey legítimo, Pedro I, justificaba su homicidio que puso en el trono de España a una dinastía bastarda  cual son los Trastamara.

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3
Feb
2022
Nos dan a veces la paz, pero no nos dejan vivir en paz
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Es difícil librarse de quienes nos asaetean constantemente con sus reclamos, sus pastillas para toda clase da males y sus recetas infalibles para todo tipo de dolencias. Son los bienhechores pródigos con medicinas para toda clase de enfermedades, sobre todo las del alma. Pero, al contrario, acompañar con la paz es estar al lado, empujar la carga, ocultar lo doloroso inexplicable, interponer el silencio cómplice, olvidar lo irremediable, perdonar con generosidad, hacer saltar una chispa de la esperanza en la absoluta oscuridad y poner una venda ocultadora donde ya no hay cura. Dar la paz es la expresión de un acompañamiento y no sacarse del bolsillo una receta prefabricada receta. Solo así se contribuye a sembrar la paz entre seres humanos.

Entre los que dan la fría paz  me refiero a los academicistas, liturgistas y fariseos de turno,  con su cadena interminable de preceptos, imaginando que Dios lo que quiere de nosotros es un ejército de personas perfectamente iguales y desfilando perfectamente uniformados y al unísono ante el sátrapa de turno que casi siempre son ellos mismos.  Son maestros del rigor y defensores inamovibles de rectitud en todos los detalles. Son fautores de soldados como los de terracota de Xi’an: todos iguales y del mismo material y según las mismas normas y perfectamente uniformados. Para ellos no hay otra paz que la de los cementerios, que continuamente nos desean pero no nos dejan vivir fuera de ella ni luchar por obtenerla en el día a día.

A Dios no se le encuentra en los desfiles uniformados ni el griterío ensordecedor de los campos de fútbol y sí en el cumplimiento minucioso de las obligaciones propias de cada uno y en el saber estar junto al necesitado de cualquier ayuda. A Dios no se le hace presente sacando una receta de la manga.

Empezar en la familia a llevarse bien con los demás, en el barrio o con los amigotes, en el lugar de trabajo, a estar atentos a sus necesidades y arrimar el hombro  en sus problemas; en una palabra, eso es construir la paz. Esa es la paz que desearía para mí.

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19
Ene
2022
DIOS NOS PASA SU TARJETA DE VISITA
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Nos ufanamos a veces de que somos los intermediarios de la presencia de Dios. Error graso. Es el mismo Dios quien se dirige a nosotros y nos busca con afán, aunque no lo sepamos. Nos pasa su tarjeta de visita: al crearnos, al redimirnos, al salvarnos, con la vida de que gozamos y con la gracia que nos sostiene. Solo espera de nosotros una cosa y es para la que nos ofrece su tarjeta de visita: que reconozcamos su amor y explicitemos la creencia en él y sepamos dónde reside.

Cuando oímos su voz es cuando desencadenamos en nosotros  la fe y esperanza en ese rostro de Dios. Es la referencia que se nos da la tarjeta de visita: “Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro” (Sal 27,8). La única indicación en la tarjeta de visita es incitarnos a buscar su rostro. Y solo está en nosotros secundar esa insinuación y requerimiento: “Yo busco tu rostro, Señor, no me ocultes tu rostro, no apartes con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me rechaces, no me abandones, Dios de mi salvación” (v.29).

Se consuma, pues, el encuentro cuando reconocemos nuestra dependencia de nuestro creador, cuando nos decidimos por el bien en nuestra vida, por la justicia para con todos y por la ayuda a quien nos necesita. Ahí está Dios de cualquier modo que le llamemos y en cualquier forma que hagamos patente este reconocimiento de que no somos el centro del universo y que tenemos una existencia y labor pendiente. Este es el número de los creyentes del universo, que no recoge ninguna estadística de religiones, nacionalidades o creencias. No hay estadísticas de los así buscadores de Dios. De ellos se dice: “Esta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, el rostro del Dios de Jacob” (Salmo 23, 6). De ellos queremos formar parte.

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11
Ene
2022
LA FE VERDADERA TAMBIÉN HACE HISTORIA Y NO ES REPETICIÓN CANSINA DE ESTEREOTIPOS
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Nuestros problemas y nuestras experiencias religiosas son algo inédito en la historia de la humanidad. La historia del cristianismo llama a eso la historia de las conversiones. Sí, conversiones, cambios, marcha atrás en  la vida, un frenazo radical en nuestro proceso vital. Así ha ocurrido desde la conversión de los apóstoles hasta el último santo de nuestro tiempo. Las biografías tienen que contar con ello. Hay tantas biografías religiosas como creyentes y tantas formas de santidad como rostros humanos.

El encuentro con Dios ha sido muchas veces un caerse de un caballo o un frenar una vida disoluta o un cambiar por completo de ruta en la vida. Así es la vida de muchos fieles de antes y de ahora. Hay que aceptarlo como es. Encontrar a Dios en la vida no siempre es un proceso unívoco y bien planeado sino un sacudón  que paraliza el lento fluir de la vida.  Así ha sido la historia de muchos encontronazos con Dios. Y esto no se puede negar porque es historia real. Y ya decía  Ortega y Gasset que a un hecho histórico no lo fusila nadie.   

La experiencia de Dios se diversifica en cada persona, aunque Dios sea siempre lo inefable uno. No se trata de hacer memoria de lo que les pasó a otros en otro tiempo, pues Dios nos quiere en nuestra singularidad más estricta. Así es el amor que es irrepetible. Sí, no hay dos modos iguales de experimentar lo divino, aunque sean iguales la oración, las devociones  y los actos religiosos y la misma liturgia. Cuando experimentamos a Dios lo hacemos desde una perspectiva singular y única como somos únicos en la historia y ante Dios que nos ama precisamente en nuestra singularidad, en la idiosincrasia de nuestra ser. No hay memoria de nuestro caso, no le busquemos parecidos. Es como el agua que, aunque fluye siempre, es siempre distinta y por eso no tiene memoria y por ello es siempre  limpia, como decía Ramón Gómez de la Serna. La memoria nos inquieta, desazona y persigue. Nuestra dependencia de Dios será siempre algo inédito e irrepetible porque es fruto del amor divino y no hay dos enamoramientos iguales. No busquemos parecidos a nuestra historia de amor de Dios. Nuestra biografía religiosa es siempre distinta. Tosos tenemos una biografía religiosa distinta aunque no la escribamos.

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